Hace algunos años, cuando yo era muy joven, los montevideanos importamos de Buenos Aires la expresión "¡Qué maestro!". Entonces todos lo erámos. Aquel hizo tal cosa: ¡Qué maestro! Aquel otro hizo tal otra: "¡Un maestro!" Cuando nos cansamos del sonido de la palabra de tanto usarla, la tradujimos al inglés y todos se convirtieron en "Masters". Ahora la palabra vuelve a hacerse oír con fuerza en Uruguay, y en varios países, pero con otro sentido, un sentido más propio, más sustantivo, realista, menos pedante (o más pedante, dependiendo de la ascepción que se escoja): el maestro Tabárez es un maestro sencillamente porque es un maestro, uno de esos que enseñan cosas que hay que aprender.
En octubre del año pasado, después de la derrota de la selección uruguaya contra Argentina en el Estadio Centenario, hablé muy mal del seleccionador nacional; estaba ofuscado. Hoy, que casi todo nos sonríe a los uruguayos en materia futbolística, no me olvido de eso. No me olvido de que pensé que no llegaríamos al mundial, y tampoco de que, después del partido contra Francia, pensé que no pasaríamos la serie. No me olvido de cuánto me equivoqué, porque para aprender y no estoy hablando de fútbol, lo primero que hay que hacer es reconocer los errores.
El maestro Tabárez me ha enseñado, nos ha enseñado, lo importante que es pensar ordenadamente, ser disciplinado, trabajar en equipo, creerse capaz de todo pero sin dejar de ser humilde, trabajar, trabajar, trabajar. Saber que, sin importar lo grande que sea el obstáculo, hay que hacer lo imposible por superarlo... En fin, todas esas palabras que se escriben estos días en los medios de nuestro país, y de otros, y parecen sacadas de un powerpoint motivacional de esos que se mandan por mail, pero que también son ciertas: este equipo es el ejemplo más claro de ello.
Es muy difícil escribir sobre estas cosas cuando todo el mundo (y me refiero a la mayoría de los países que lo componen) está diciéndolas. Pero también, habiendo compartido el lugar de nacimiento con los componentes de este equipo, es muy difícil no decir algo. Algo que, en realidad, se resume en dos palabras: ¡MUCHAS GRACIAS! Por probar que estaba equivocado, por inspirarme, por emocionarme, por hacerme reír, llorar, por acercarme a mi infancia, a mi familia y a mis amigos que están lejos, por hacer que la gente se acerque a mí y me felicite sin que yo haya hecho nada más que nacer, por devolverme las ganas de volver al lugar en el que, precisamente, nací y con el que estoy un poco peleado: ¡MUCHAS GRACIAS!
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