En el "Apendice sobre el futuro metropolitano" de su Baudelaire y el artista de la vida moderna.
"En los tiempos del ruido es aleccionador volver sobre aquella vieja estampa de la imaginería barroca: alguien se inclina sobre un libro, sobre un pergamino, o sobre un panorama. A su alrededor hay bullicio y estruendo; los estudiantes se emborrachan de cerveza en la taberna; los soldados copulan con las criadas; los mercaderes engordan la bolsa; los clérigos hinchan la panza. En un silencio imposible, unos hombres menospreciados se inclinan sobre libros, pergaminos y panoramas. En torno a esa figura mal iluminada gira furiosa la muerte y su estruendo. Fausto pide volver a empezar, aunque sea a costa de su condenación.
Pero hay una abismal diferencia: la figura barroca tenía como espacio el burgo, la ciudad amurallada y dotada de interioridad. La figura, ahora, no puede inscribirse en ningún espacio cerrado porque ya no hay murallas; las metrópolis están en todas partes, desparramadas como metástasis. La metrópolis está en todas partes porque ya no hay ciudad. En ese espacio indeterminado de la muchedumbre, algunos superhombres vivien amoralmente, y a la vista de todos, el ejercicio de su poder. Son frágiles, pero, como el monarca barroco, están protegidos porque a nadie le ha venido, todavía, la idea de su decapitación. Están, por lo tanto, atrincherados en la indiferencia de sus víctimas.
Éste es el sistema llamado "campo de concentración" diseñado por Hitler y Stalin en su etapa primitiva y llevado a la perfección por las democracias tecno-nihilistas. La absoluta visibilidad de las metrópolis, en donde nada escapa al ojo técnico y a su inmediata ehibición para las masas, crea un campo de oscuridad en lo externo a las metrópolis. El mundo externo está teñido, simbólicamente, de otro color y de otra religión: es un mundo negro, hindú, chino o islámico; es el mundo de la tieiniebla y de la opcaicdad. No representa ninguna amenaza porque sus habitantes tan sólo desean entrar en la zona visible, de modo que siempre puede pactarse con unos y con otros, con el fin de que se destruyan mutuamente."
Mostrando entradas con la etiqueta félix de azúa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta félix de azúa. Mostrar todas las entradas
martes, 6 de septiembre de 2011
martes, 30 de agosto de 2011
Dice Félix de Azúa.
"Como cualquiera puede inferir, la imaginación faculta para hacer mundos (o para transformarlos, como quería Marx, en línea teórica con Baudelaire), en tanto que la memoria sólo los conserva. Ahora bien, esos mundos imaginados o transformados por la imaginación, no son utopías, no tienen lugar en la Idea. Se trata de mundos habitados porque son contemporáneos de los mundos efectivos. Sólo les falta hablar. El poeta les hace hablar, les otorga un alma. Pero los mundos no hablan como sus habitantes. Éstos, al hablar, están trabajando y ganándose la vida; piden cosas, insultan, convencen, venden, seducen, pero no hablan en sentido estricto, a menos que canten. El mundo, en cambio, cuando habla no trabaja pues no tiene ninguna vida que ganar, sólo significa, da sentido, se da a entender. La obra de un poeta, si la frase no asusta de puro ampulosa, es esa voz del mundo dándose a entender.
Igual dicen los filósofos, de la filosofía. Y es cierto; sólo que el mundo poético habla de su vida y cómo la vive, no de su necesidad. Habla de lo que hay o debería haber, y no de su coherencia. Al describirse, se define; en tanto que la filosofía define para describirse. La poesía no conoce su límite; la filosofía sólo conoce su límite y por tal razón siempre podrá dar cuenta de la poesía, siempre podrá definirla, para tribulación y burla de la gente de letras que todavía no ha aprendido a cedr todo por ganar algo."
Igual dicen los filósofos, de la filosofía. Y es cierto; sólo que el mundo poético habla de su vida y cómo la vive, no de su necesidad. Habla de lo que hay o debería haber, y no de su coherencia. Al describirse, se define; en tanto que la filosofía define para describirse. La poesía no conoce su límite; la filosofía sólo conoce su límite y por tal razón siempre podrá dar cuenta de la poesía, siempre podrá definirla, para tribulación y burla de la gente de letras que todavía no ha aprendido a cedr todo por ganar algo."
Dice Félix de Azúa.
Acabo de sacar de la biblioteca de la Vila de Gracia, porque es imposible conseguirlo en ningún lado, el libro de Félix de Azúa sobre Baudelaire. Me veo impelido a copiar, ya mismo, por lo menos una parte de la presentación que recién leí. Sobre todo para que me quede, porque sé que nadie la va a leer aquí, aunque alguien debería.
"...Si en 1978 todavía se podía teorizar en términos próximos a Foucault o a ciertos intelectuales transnacionales que no habían sentado su trono en la resignación, en la actualidad es arduo teorizar, porque para la vida de la teoría son precisos objetos claros y distintos. No los hay, a la vista. Los objeotos visibles, que siempre son los mismos (la ética de los individuos, la moral de las sociedades, la justicia de las naciones, las producciones de la cultura, por no hablar de los héroes y mártires) se encuentran en estado de gasificación, fusión, deformación o mineralización, o lo que es igual, carecen de definición. La parálisis que anunciaban los años setenta es peor de lo que imaginábamos, es una paralización convulsa, un baile de San Vito. La llamada "civilización occidental" es un carcamal que, desde su silla de ruedas, juega a cientos de loterías, mira todos los programas de televisión y persigue a las enfermeras a velocidad de vértigo. La verdad es que tiene cierta gracia, si no fuera porque cada giro de ruedas supone un genocidio. Pero puesta ante un ex-objeto tan poco apetecible, la teoría se vuelve sobre sí misma y el pensamiento se dedica a despensar la metafísica y analizar el origen del nihilismo. No es extraño que sólo el nombre de Heidegger diga todavía alguna cosa, o, simplemente, diga.
La primera parte, dedicada a Baudelaire, apareció en su tiempo en una colección detinada a jóvenes universitarios, con la loable intención de iniciarles en la lectura de algunos autores ejemplares. Si esa misma colección se intentara hoy de nuevo, nos moriríamos de risa. Los jóvenes uniersitarios actuales bastante tienen con no matarse el fin de semana. Sé muy bien que hay casos excepcionales, pero los editores son implacables; las cifras de ventas no admiten duda: los jóvenes universitarios no leen ni siquiera lo que les apatece. Así que la presente reedición va destinada a los jubilados, que son nuestra única arma de futuro."
Y esto era en el 91.
"...Si en 1978 todavía se podía teorizar en términos próximos a Foucault o a ciertos intelectuales transnacionales que no habían sentado su trono en la resignación, en la actualidad es arduo teorizar, porque para la vida de la teoría son precisos objetos claros y distintos. No los hay, a la vista. Los objeotos visibles, que siempre son los mismos (la ética de los individuos, la moral de las sociedades, la justicia de las naciones, las producciones de la cultura, por no hablar de los héroes y mártires) se encuentran en estado de gasificación, fusión, deformación o mineralización, o lo que es igual, carecen de definición. La parálisis que anunciaban los años setenta es peor de lo que imaginábamos, es una paralización convulsa, un baile de San Vito. La llamada "civilización occidental" es un carcamal que, desde su silla de ruedas, juega a cientos de loterías, mira todos los programas de televisión y persigue a las enfermeras a velocidad de vértigo. La verdad es que tiene cierta gracia, si no fuera porque cada giro de ruedas supone un genocidio. Pero puesta ante un ex-objeto tan poco apetecible, la teoría se vuelve sobre sí misma y el pensamiento se dedica a despensar la metafísica y analizar el origen del nihilismo. No es extraño que sólo el nombre de Heidegger diga todavía alguna cosa, o, simplemente, diga.
La primera parte, dedicada a Baudelaire, apareció en su tiempo en una colección detinada a jóvenes universitarios, con la loable intención de iniciarles en la lectura de algunos autores ejemplares. Si esa misma colección se intentara hoy de nuevo, nos moriríamos de risa. Los jóvenes uniersitarios actuales bastante tienen con no matarse el fin de semana. Sé muy bien que hay casos excepcionales, pero los editores son implacables; las cifras de ventas no admiten duda: los jóvenes universitarios no leen ni siquiera lo que les apatece. Así que la presente reedición va destinada a los jubilados, que son nuestra única arma de futuro."
Y esto era en el 91.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)