El tipo que está acá al lado es Hendrik Johannes Cruijff y, si me preguntan, es el protagonista, quiero decir el principal agonista, de la final que está a punto de comenzar en Sudáfrica. Es el hombre detrás de lo que está detrás y en el medio.
La estrella del fútbol holandés, símbolo de la naranja mecánica que tendría que haber ganado por lo menos un mundial, es también el héroe adoptivo de Barcelona y el forjador de un estilo de juego que ha encumbrado al equipo catalán en lo más alto del mundo. Curiosamente, si tuviéramos que elegir al equipo heredero de su fútbol, no sería el de su país, sino el de sus rivales. Me imagino que por su cabeza pasará la posibilidad de ver a esa camiseta naranja levantando la copa que él no pudo levantar, algo de justicia después de los años, pero también sería justo que su juego (el fuego que Del Bosque tomó de Guardiola y Guardiola tomó de él), su ideología futbolística, obtuviera el máximo reconocimiento al que puede aspirar un hombre de fútbol.
Antes de un partido así, aunque no juegue tu equipo, si uno es verdaderamente un amante de esta representación teatral en que se ha convertido el deporte de alta competencia, es difícil no sentir un cosquilleo en el estómago, imaginen lo que siente alguien que tiene fichas puestas en los dos contendores. Capaz que sólo siente la certeza de haberlo hecho bien y la tranquilidad de que, gane quien gane, se acordarán de su nombre.
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