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sábado, 2 de enero de 2010

Nuestro hombre en El Cairo

A la salida de las pirámides de Giza todo es confusión; más si uno decide cortarse de su grupo, de sus guías y de toda esa óptica apresurada de paredes blandas. Los hombres y mujeres venidos de los cuatro puntos cardinales disparan sus cámaras como si la existencia de los monumentos dependiera de su perfil de Facebook o Flickr; los vendedores de souvenirs y papiros y ramseses y cleopatras y osiris y tutankamons y fotos en cimas de camellos hacen su agosto chapuceando el inglés o el italiano o el español o el francés con idéntica impericia; los autobuses llenos buscan su espacio o su salida; los taxistas ofrecen tours y negocian costos: Saqqara, Menfis, Cairo fatimí; 45, 50, 40, 35, 30... Yo intentaba vanamente, en inglés, obtener un precio para ir al barrio Copto, pero allí, en medio de aquella babel mercantil, estaba el apacible Mostafá, nuestro hombre en El Cairo: 50 Libras egipcias. Vámonos. A la esfinge seguía faltándole la nariz.

Camino del taxi nos dio una tarjeta con su nombre sobre la bandera de España con escudo corrido, nos aclaró, como si eso fuera una virtud, que sólo trabajaba con españoles y nos mostró su cuaderno. Al principio no hicimos caso del cuaderno, sólo queríamos que alguien nos desatara de aquel enredo, pero, ya en el auto y más tranquilos, Mostafá insistió. Descubrimos que el cuaderno, que como cualquier escrito árabe se abría por la contra tapa, contenía recomendaciones de viajeros anteriores a turistas futuros y desconocidos: "No hagáis caso a las excursiones, contratad a Mostafá..." "Mostafá es alguien en quien se puede confiar..." "Mostafá es honesto..." "Mostafá nos mostró El Cairo como nadie..." Pensé en las viejas cartas de presentación o en un salvoconducto. A la esfinge seguía faltándole la nariz.

Ya en camino, Mostafá nos ofreció, por 25 euros, un paseo que incluía el barrio Copto, la ciudad de los muertos (con una peculiar visita al panteón de la familia de Muhammad Alí), la ciudadela, el mercado de Khan Al Khalili en la noche y el regreso al hotel. Nosotros compramos, un poco gracias a los mensajes del cuaderno. Al salir de la ciudadela, con su famosa mezquita de Alabastro, Mostafá me dio su teléfono móvil. El teléfono tenía un mensaje y yo no entendía que quería aquel hombre que yo hiciera. Laura, que es mucho mejor intérprete, lo comprendió: "Quiere que le leas el mensaje".

"Feliz Navidad Mostafá.
Te llamaré cuando pueda, ahora tengo muchos problemas con el padre de mis hijos.
Te quiero mucho"

Se lo leí y le devolví el móvil. Mostafá se quedó en silencio en medio del tránsito de El Cairo, que es como el torrente furioso de un río que baja de las montañas en medio de las rocas. Mostafá no sabía leer nuestro alfabeto, no podía leer, por lo tanto, los mensajes de su cuaderno. De regreso al hotel, cuando todos estábamos ya muy cansados, Mostafá nos contó, en su precario español, que estaba casado y tenía tres hijos de 6, 4 y 2 años. También nos contó que tenía una novia española en Menorca. Faltaban 7 meses para que la volviese a ver, dijo. A la esfinge seguirá faltándole la nariz para entonces.


Los dos días siguientes, Mostafá fue nuestro guía por El Cairo y sus alrededores: el museo de antigüedades, la impresionante mezquita de Ahmad Ibn Tulun y otras mezquitas, la montaña de El Cairo, la isla de Zamalek, Saqqara, Memphis... Comimos con él en un restaurante en el que tuvo que ordenar por nosotros, la carta estaba en árabe, e incluso nos llevó a comprar cervezas a un lugar que parecía ilegal y negoció el precio con el "dealer". En nuestra última visita, a los pies de la priámide roja de Dahshur, nos tomamos una foto. Al llegar al hotel nos pidió que pusiéramos nuestro texto en su cuaderno. Me sentí honrado de recomendarlo. Ya no recuerdo lo que puse pero si van al Cairo, no duden en pedirme su teléfono. Verán muchas cosas allí, pero nadie, ni siquiera Mostafá, podrá mostrarles la nariz de la esfinge.

La navidad que pasé en Egipto siendo argentino

Llegamos a Luxor, la antigua Tebas, en la orilla oriental del Nilo, al atardecer. Yo soy de la orilla oriental del río Uruguay pero aquí, en Egipto, es muy difícil explicar ese origen. En el aeropuerto, como iba detrás de Laura, el oficial de migraciones creyó que yo también era argentino. Me pareció entender que decía "argentino" en árabe y me vi en la obligación de aclararle que era de Uruguay, más que nada por una cuestión de corrección ante la Ley. Él volvió a observar el pasaporte sin entender; "Ucrania" me dijo, "No, Uruguay", "¿Croacia?", "No, no, Uruguay"...

En adelante, y para evitar complicaciones, decidí confundirme con nuestros hermanos mayores y declarar que era argentino toda vez que se me preguntaba la nacionalidad (cosa que ocurre con bastante frecuencia en cualquier zona turística), la respuesta de todos, todos, todos era entonces invariable: una sonrisa acompañada de un apellido: Messi.

El que cargaba las maletas:
- Where are you from?
- Argentina.
- Messi!

El guía:
- Where are you from?
- Argentina.
- Messi!

El niño que vendía artesanías:
- Where are you from?
- Argentina.
- Messi!

El camarero del barco:
- Where are you from?
- Argentina.
- Messi!

Los policías que cuidaban los templos sagrados:
- Where are you from?
- Argentina.
- Messi!

Los turistas de otras nacionalidades:
- Where are you from?
- Argentina.
- Messi!

La verdad es que así da gusto ser argentino. Lo digo en serio.

En la noche buena, salimos a caminar por Asuán, en la orilla oriental del Nilo pero unos 200 kilómetros más al sur. Río arriba. Entramos a un bar que vendía cerveza (cosa no tan sencilla de encontrar como podría parecer). El joven amable que nos atendió nos preguntó: Where are you from?, Argentina, "Ah, Messi" dijo feliz. Recordé la infausta declaración de Lennon que tantos problemas acarreó a los Beatles: "Somos más famosos que Cristo". En la noche en la que se conmemora el nacimiento del Mesías, aquella máxima se aplicaba en toda su dimensión a Lionel Messi. Lo digo en serio.

Dos días más tarde, mientras esperaba para entrar al baño de un café en el mercado Khan Al Khalili de El Cairo, el niño que lo cuidaba me preguntó de dónde era y yo le dije que de Argentina. "¡Ronaldinho!", me retrucó feliz y a los gritos. No, no, le aclaré, Ronaldinho es de Brasil. "¡Ronaldinho!" repetía él, como si hubiese descubierto la cura contra el Cáncer. Que no, Ronaldinho from Brasil. "¡Ronaldinho!" insistía el niño y yo decidí no insistir. Cuando ya me iba, mientras bajaba la escalera, sentí su voz que me gritaba: "¡Ronaldinho, Argentina and Madrid!". Aún hoy no logro precisar si la doble afrenta era inocente o premeditada.

El último día de nuestra estancia, en las pirámides de Saqqara, ante las reitaradas preguntas de un hombre que llevaba un camello, le respondí que era argentino y él me dijo, como congraciándose conmigo para que le diera alguna moneda, "¡Maradona!". Desde atrás, escuché una voz surgida de la masa con la que se atiestan todas las ruinas que gritaba, con el más inconfundible acento porteño: "Si supiera que nosotros ya no lo aguantamos al Diego..."

"Si supiera que yo soy uruguayo..." le respondí.

jueves, 8 de enero de 2009

San Juan Chamula, el centro del mundo.


Como todo el mundo sabe, entre 1964 y 1966, Juan Rulfo mantuvo, en la revista mexicana El Cuento, una columna llamada "Retales". En el pasado mes de noviembre, la editorial terracota compiló estos escritos, 17 en total, en un libro. Lejos de ser la clásica exhumación de los papeles perdidos de un cadáver famoso con el único objetivo de lucrar, este volumen, excelentemente presentado por Alberto Vital y Sonia Peña, es un delicioso testimonio del exquisito criterio de un gran lector y de su profunda relación con la literatura: los textos no son otra cosa que adaptaciones, traducciones, recreaciones, de libros de los más variados autores y géneros que seducían al jalisciense.

Cerca de la navidad estuve en un pueblo llamado San Juan Chamula. Mientras recorría su mercado e ingresaba en su famosa iglesia, evaluaba la posibilidad de transmitir el asombro que me producía su singularidad, una increíble prueba viviente de sincretismo maya-cristiano. Por fortuna, el sabio Santa Claus me trajo la solución: en el libro descubrí que Rulfo ya había hecho la tarea por mí. El "Retal" número dos, publicado en junio de 1964, retoma una leyenda tzotzil, recopilada en la sierra de Huitepec, Chiapas, por W.R. Holland, y adaptada por el autor de Pedro Páramo. Aquí va:

"Jesucristo fue enviado a la Tierra y era hijo de Dios y de la Virgen María. Nació en un establo de ovejas en San Juan Chamula, el centro del mundo... Nació hace mucho tiempo, quizá hace más de mil años.

Cristo era indio y no ladino (1); creció muy rápidamente y a los tres días salió con su madre, la Virgen María, y comenzó a caminar por todo el mundo. No creo que en ese entonces existieran pueblos, pero más tarde él los hizo. También hizo montañas y árboles; plantó maíz, frijol, caña, plátanos, sandías y otras plantas.

Un día, cuando Jesús caminaba en las montañas con la Virgen, vio a un hombre trabajando. Se dirigió a él y se ofreció a ayudarle a cortar los árboles para plantar su campo. El hombre no creyó que pudiera hacerlo por ser tan pequeño; pero él insistió que podía. Entonces Jesús tomó su machete para trabajar y en media hora había cortado todo un lado de la mantaña. Cuando terminó se fue a casa con el hombre y dijo: "Ahora trabaja tú solo, y cuando la montaña esté seca, quémala y planta el maíz a tiempo"... El hombre invitó a Jesús a comer; pero él no comió porque es un dios, y se marchó rápidamente con su madre.

El hombre contó a todos lo que había pasado, y ellos se preguntaron: "¿Qué será él, un dios o un demonio?, no tomó los alimentos." Decidieron seguirlo y matarlo porque pensaron que era un demonio. En pocos días los alcanzaron a él y a la Virgen, y les dijeron que los iban a matar. Cristo contestó: "Si van a matarme, yo quiero morir en una cruz." Entonces los judíos fueron a hacer las cruces, pero no pudieron traerlas porque estaban muy pesadas...

Cuando Jesús vio esto, se ofreció a traer la cruz, así lo hizo y la puso dentro de la iglesia de Larrainzar. A las doce del día trepó a la cruz y lo clavaron en ella; lanzó un papel a la Virgen que se convirtió en un gallo blanco que comenzó a cantar, y entonces todos los judíos se murieron.

Entonces Cristo bajó de la cruz y a los tres días subió al cielo con la Virgen María. Jesucristo se convirtió en el sol y la Virgen en luna, pues antes de él no había más que una débil luz. Así nacieron el Sol y la Luna...

El lugar donde Cristo murió recibe el nombre de Seulen y se encuentra al oriente, la más sagrada de las cuatro direcciones. Actualmente, el papa de la iglesia católica vive ahí, como representante de la voluntad divina, para administrar a la humanidad las recompensas y los castigos enviados por Dios."

(1)- no confundir ladino con el idioma de los sefardíes; se trata de una expresión usada en América Central para referir a los mestizos que sólo hablan español. Es bastante claro que a eso alude Rulfo: "era indio y no ladino".