Hoy me eché 170 kilómetros arriba de la bici, yendo de Barcelona hasta el Brull ida y vuelta, subiendo el Collformic (un nuevo martirio para el pobre uruguayo en Catalunya) y regresando por Sant Feliu de Codines (un bonito sofocón cuando ya tenés 100 kilómetros en las piernas y hay 41 grados en la ruta, sobre todo si se te rompe el descarrilador y tenés que bajarte de la bici cada vez que querés cambiar de plato, como en los viejos tiempos). Arranqué a las 6:30 de la mañana (lo cual es bastante heroico si te quedaste despierto hasta las 2:30 viendo el partido de mierda que Uruguay jugó contra Chile en la Copa América) y volví a casa a las 14:30, después de, eso sí, haber degustado una excelente cerveza, made in Montseny, en el Brull.
Cuando me senté en el sofá a ver la octava etapa del Tour estaba seguro de que me quedaría dormido ipso facto. Sin embargo, la gran, e inesperada, emoción que tuvo la competencia con final en Superbesse me mantuvo despierto hasta el final. Un final espectacular en el que, por primera vez en este tour, el pelotón no logra capturar a uno de los fugados. De este modo, Rui Costa logra el primer triunfo para este nuevo sponsor de la estructura de Eusebio Unsué. Gilbert tuvo un final con una demostración de potencia que pone en tela de juicio la limpieza de su sangre (pero bueno, el que esté libre de pecados...) y terminó segundo recuperando la malla verde que, parece ahora sí, que disputará hasta el final.
Fue una gran etapa: épica la de Rui Costa con el maillot del Movistar, y épica (aunque un poquito más ignorada) la mía con el glorioso maillot del Club Ciclista Gràcia.
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