Recién terminé de leer el cuento "Ungenach" de Thomas Bernhard, publicado por Alianza en un volumen titulado "Relatos". Es un cuento excelente (he tenido suerte últimamente con lo que leo). Trata de la herencia. De lo que se transmite y lo que no se transmite. Un profesor de química austríaco de la universidad de Stanford, hijo de un rico terrateniente, "Señor" en el sentido medieval del término, tiene que hacerse cargo de las posesiones de su familia dado que su tutor acaba de morir y su hermanastro ha sido asesinado un año antes.
El profesor viaja a Ungenach, todo es una vasta propiedad suya, él decide donarla pero dividida, fragmentada.
Gran parte del cuento se compone de la conversación que mantiene con el notario de la familia, cuyo padre era notario de su padre y del padre de su padre y así sucesivamente. Se nos dice que habita una casa que tiene más de 500 años. (Se trata un cuento extenso. Algunos editores astutos de hoy podrían venderlo como novela)
Esa es la anécdota, el cuento es mucho más que eso. Sin embargo, todo eso más que el cuento es, yo no sabría expresarlo. Porque el cuento es, básicamente, la yuxtaposición de los elementos que permiten deducir lo anterior, pero que en cada lector obrarán de un modo diferente. Porque Bernhard no es un escritor que necesite que el lector mantenga esa comodidad burguesa del sentido lineal y del saber.
La lectura del cuento me ha sugerido algunas reflexiones improvisadas:
Es un error continuar narrando desde la premisa de la linealidad. Lo lineal no existe. Si no hay un fracaso en la entrega de la historia, ésta resulta tan inverosímil que se vuelve insufrible (en varios sentidos).
Es necesario tejer un macramé de promesa y decepción de modo que el lector tenga la sensación de que pronto se revalará lo que nunca se sabe, lo que es imposible de contar, la parte incomunicable, lo librado a cada uno. La herencia, lo intrasferible, lo que se dona fragmentado: la destrucción de la historia.
Atención: quien se pase con la decepción corre el riesgo de volverse Beckett.
Pero quien se pase con la promesa corre el riesgo de convertirse en Vargas Llosa. (Lo pongo así para hablar de escritores Nobel y para demostrar que la linealidad siempre fracasa y va de atrás para adelante y de adelante para atrás)
Lo no entregado es mucho más importante que lo que se entrega, pero esto va mucho más allá de la teoría del Iceberg de Hemingway, y no tiene que ver con ocultar una información para que el lector descubra, sino con exponer unas nociones que son imposibles de compartir. De dejarlas en el aire.
La artificialidad de la novela decimonónica es de una hipocresía insostenible.
Cualquier narración que no maneje estas coordenadas resulta de una puerilidad intolerable para todo ser humano que haya leído, por lo menos, a Faulkner.
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