Miro hacia afuera, es un día de plomo y humedad. Desde aquí, el mediterráneo se ve tan marrón que podría llegar a pensar que estoy en casa, frente al Río de la Plata. Sin embargo, hoy es uno de los días más alegres en Barcelona. La gente camina con una sonrisa cómplice bajo el paraguas y en los bares y las oficinas los comentarios no se hacen esperar. No es para menos, cinco goles al equipo que todos odian. Pero, para mí, los cinco goles, que por supuesto pasarán a la historia del fútbol, no son lo más importante. Ayer, en una noche lluviosa y fría, fuimos testigos, creo, del partido perfecto.
Está la parte táctica, el desplazamiento de Puyol (más rápido que Piqué) a la derecha para controlar a Ronaldo cubriendo las espaldas de Alves que subía para mantener a raya al jugador tal vez más peligroso que tiene el Madrid en estos tiempos, el que sorprende (Di Maria); la liberación de Piqué (con mejor juego) para poder salir con balón mejor controlado y esperar más tranquilo los pelotazos altos del estilo Mourinho (ganó todas por arriba, Benzema le podría haber pedido un autógrafo), el rombo imbatible del mediocampo (el de siempre pero con un Messi un poco más retrasado, más 10 que de costumbre), tocando y tocando y tocando y tocando de modo que si el partido continuara hoy ya irían por los 700 u 800 pases consecutivos, las corridas de Villa y Pedro marcando como si fueran defensas. Están todas esas cosas.
Está el talento individual, Abidal impresionante, Puyol que cada vez que juega un partido importante parece que se multiplicara, Xavi que si alguien dudaba de quién debería ser el balón de oro (si no hubiese marketing y publicidad de por medio), ayer se encargó de responderle, Villa reapareciendo con dos goles cuando más se lo necesitaba y respondiéndole a Mourinho; y bueno, Messi, Iniesta, Alves, Busquets, PEDRO, todos. Están todas esas cosas...
Pero eso no es todo.
La historia es tan redonda que podría haber sido escrita por guionistas de Hollywood (esos que están dispuestos a contar la inverosimilitud de lo que no tiene máculas ni fisuras) y producida por alguna de las grandes (esas que creen que los héroes no tienen fallos). De un lado, el poder del dinero, los insultos, la prepotencia, la altanería; del otro, el trabajo callado, la humildad, la máxima pureza de un estilo construido durante muchos años. Y todo eso por definirse en noventa minutos, justo cuando el mundo entero está mirando.
Por si esto fuera poco, los buenos, que por lo general en el cine son los que ganan con el corazón, sufriendo, dejando el alma, mordiendo cada pelota, en este caso son los que juegan bien, los que se florean en el campo, los que hacen las jugadas bonitas, los que regalan detalles técnicos imposibles al espectador.
Pero además de todas esas cosas está la parte política, un equipo que, para la mayoría de sus simpatizantes, representa el sentimiento de una nación que se opone a otra. Ayer, cuando veía a Guardiola responder las preguntas de los medios catalanes en la rueda de prensa pensaba: pero es que, para los barcelonistas, este equipo lo tiene todo, hasta el técnico es de aquí.
Siempre escuchamos gente que recuerda tal o cual concierto, aquel día en que un músico estuvo sublime, aquel en que un bailarín llegó a lo máximo, o que un actor alcanzó la gloria. Lo de ayer se parece a eso. Once jugadores con un talento incomparable en una noche inspirada. Si existe la perfección, cosa que podríamos discutir, el juego de ayer del Barça se parece a eso.
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