sábado, 18 de diciembre de 2010

Robert Walser: El cuadro de Brueghel.


"Creo que apenas he de preocuparme por el significado de esta frase introductoria, pues voy a redactar una composicioncita, mínima y exigua, sobre un hombre prisionero, desnudo, del tiempo de Maricastaña.

¿Necesito mencionar la fecha, el siglo? ¡Como si esa mención tuviera importancia, fuese absolutamente indispensable! A mí, dicho sea de paso, me preocupa la pregunta casi aventurada, la trivial y sin embargo importante cuestión de palpitante actualidad de si le está permitido a un masajista besar a la mujer a la que tiene que frotar, casi modelar, con el objeto de hacer surgir por ensalmo la belleza. ¿No podría suscitar esto sorpresas, escenas teatrales, contrariedades de primer orden? “Se está usted propasando, hombre”, podrían decirle a un artista del cuerpo al que se le ocurriese traspasarla frontera de sus obligaciones, las normas de su profesión.

Pero volviendo a mi pobre hombre, está ahí completamente desnudo. ¿Puede hablarse en lo tocante a esta criatura de un desamparo sin parangón? Confío en que sí. Hoy el sol alumbra un día que puede calificarse de protección del lactante. Una niña, tierna como un capullo, me preguntó si yo tenía intención de hacer algo por esta motivación humana. ¿Podía negarme? Se me habría antojado imposible.

Un famoso poeta yace en forma impresa en el cajón de mi armario ropero junto a un trozo de pan comprado, y ahora mi boca, encierra una cualidad risueña de la que responsabilizo a mis progenitores, dice algo quizá muy singular: el prisionero sobre el que hemos llamado la atención estaba completamente aislado y de pie en una especie de caja o armario de hierro. En cuanto se permitía el menor movimiento, por leve que fuera , le pinchaban puñales cuyas puntas afiladas lo mantenían encerrado, constreñido, encajado. ¡Qué soledad entrañaba eso para él! Es casi imposible formarse una idea. El caso de este hombre, pobre de solemnidad, digno de lástima, era el siguiente: era culpable de algo; se hizo impopular en gran medida, y en castigo por este pecado languidecía ahora en una jaula de proporciones muy reducidas, en la que seguro que se encontraba incómodo hasta lo indecible.

Ayer disfruté de un editorial en apariencia excelente en el rincón de una taberna. ¿Me es lícito creer que también este artículo mío merecerá la nota de “excelente” con más celeridad quizá de lo que tardaría en presentarse un grupo de ciegos? Porque durante mi visita a una exposición de arte organizada en esta localidad me topé con un cuadro de Brueghel que representaba una escena de ciegos que apenas cabe imaginar más trascendental, asombrosa, profunda, reflexiva. Los ciegos mantienen una reyerta entre sí, se lanzan tales bastonazos unos a otros que da gusto verlos. Al mismo tiempo posee un alto grado de tragicomicidad, y es posible que este cuadro de ciegos fuera el más vigoroso de la exposición de pintura.

Todos somos ciegos en cierto sentido, todos, a pesar de poseer ojos con los que vemos. Una vez me encontré en no sé qué calle a un ciego en el que me llamó la atención sobre todo su calma, su ecuanimidad, valga la expresión, el aislamiento consigo y en sí, la aceptación de su destino. Así pues, en el cuadro de Brueghel la gente se zurra en sus valiosas y honorables cabezas. Eso sucede de noche en un pueblo plasmado de manera admirable. Se puede decir que a esa hora toda la humanidad duerme en sus aposentos y lechos, y en medio de ese silencio, de ese adormecimiento general esas gentes que vagabundean libran una pelea incomparable. Tierra agraciada por la luz, ¿qué eres? Gentes que habitáis esta hermosa tierra, ¿quiénes sois, de dónde sois oriundos, cuál es vuestra procedencia? En realidad ésta podría ser una pregunta banal, aunque suena bien.

¿Volvemos a apiadarnos ahora un poco de nuestro pobre hombre, mantenido, escondido en el cajón lleno de cuchillos y similares? Porque o vi de niño a ese hombre bueno, pobre de solemnidad, en la reproducción de alguna hoja denominada quizá “Arte para todos”. ¿No existía entonces, entre otras revistas, una titulada “De la roca al mar” que seguramente también seguirá floreciendo, amena, en la actualidad? Si se supone que ninguna mujer amable, bonita, se preocupaba de si el prisionero llevaba calcetines, o de qué le daban de comer, en esta pieza de total desamparo se apodera de uno una compasión que salta, canta y es en sí evidente. Querido lector, ¿no deberías tener motivo para mostrarte alegre, es decir, casi henchido de felicidad, primero por no tener que vagar por ahí ciego, y segundo, por no verte obligado a repartir estopa ni a recibirla, y tercero porque ningún puñal te cosquillee al menor movimiento? Es mejor que, en lugar de enfadarte por pequeñeces que te incomodan, pronuncies de vez en cuando una breve plegaria por los ciegos, y de vez en cuando pienses para provecho de tu espíritu en ese pobre hombre metido en el armario de hierro, antes de osar ser capaz, y serlo, de preocuparte por tu persona.

En lo tocante al masajista, pídasele que se comporte con prudencia.

Bellas mujeres adornan el paseo con su presencia, ¿y yo estoy aquí sentado, escribiendo?"

En "Ante la pintura. Narraciones y poemas" Siruela, 2009. Traducción Rosa Pilar Blanco.
La pintura que ilustra esta entrada no parece ser la que menciona el autor. El libro muestra una de un sucesor de Brueghel que no pude encontrar, y parece ser la referida por Walser.

¿Es necesario decir a quién recuerda mucho esta escritura? Un contemporáneo del autor, de iniciales F.K.

No hay comentarios: