Una maligna flor de humo persistía después del alba
en el horizonte que se despejaba. Oyó el grave rugido
del nostramo, el "¡Sí!" del condetable. Fuera de su escuadra,
una fragata francesa que navegaba cerca había sido golpeada.
Se abalanzó sobre The Marlborough, el joven guardia marina
miró de cerca su belleza embozada de humo, y estimó que ninguna
guerra era más cortés que una batalla naval, las blancas velas
se dirigieron hacia él, con las troneras escupiendo fuego
mientras negros velos de furia se hinchaban como olas desde su saltillo
de proa; para eso había observado las gaviotas de su condado lleno
de surcos, con la lona al hombro, y la mortal cabalgada
por las pantonosas tierras bajas. Observar forma el carácter,
de modo que observó a la nave revolcarse en su herido amor propio
con los pertrechos sueltos, oyó los pies martillando la tablazón
de la cubierta superior, y se resbaló, mientras el bajel intentaba
evitar el choque. Se sostuvo bien, hizo esfuerzos para alcanzar la espada
cuando The Marlborough se estremeció con el quejido postrero
del crujiente palo mayor, un gommier, un olmo tronchado,
sus hojas como velamen que se derrumba cubriendo el campo de batalla.
Agarró aire mientras el timonel hacía girar con esfuerzo el gobernalle,
entonces el cielo se asomó por un agujero. Luego vomitó una ola
por el garguero de madera, regurgitando despojjos de astillas
y -Dios sabrá por qué- también botellas; mientas la nave cruzaba,
leyó las ornadas bastardillas: Ville de Paris.
Derek Walcott, traducción de José Luis Rivas.
1 comentario:
hola nicolás
soy nuria, de la revista iguazú... hace un tiempo nos envíaste algunas colaboraciones y me gustaría publicar un poema tuyo en la revista. no sé por qué, no encuentro tu email por ningún lado... ¿podrías escribirme tú a nuria[[arroba]]editoraconcarrito.com
gracias!
nuria
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