domingo, 21 de noviembre de 2010

Omeros, Libro 5, Capítulo XL, Parte III.


Y las agujas de Estambul, cada cúpula un turco con chilaba,
fajada como sarraceno, con la corva cimitarra
de una luna creciente en lo alto del domo, o la inmundicia inundante

de una Venecia que se sume sondada por un gondolero,
ondulando líneas que repiten los diarios de cierto peregrino,
el peso de ciudades que encontré tan difíciles de sobrellevar;

en ellas se encontraba el terro del Tiempo, el terror que tenía
a marcharme con las columnas al ocaso, sólo para perderme de vista
en un pasado con una historia que hacía eco al arco de los puentes

suspirando sobre sus antiguos canales
por un lugar que no era el mío, porque yo prefería
no las estatuas sino el pájaro en los cabellos de las estatuas.

El crepúsculo de miel acopado en largas plazas de sombra,
los calabozos que gotean, los duques idiotas, ¿fueron todos
redimidos por los cremosos trazos de un Velázquez,

como los violoncellos rascados en los campos de concentración,
con el arte de los hornos, el rizado velo
del humo que se remonta con Schubert? El cuarteado vidrio

de La casada desnudada por sus solteros de Duchamp; ¿Dadá
previó el futuro de Celan y Max Jacob
como parte del cósmiico estercolero? De lo que mi padre

hablaba con gran animación era de esa otra Europa
de los museos-mausoleos, la respisa del barbero
con The World's Great Classics, con una vanidad

de agujas y campanas que se perdonaban puntualmente
en la absolución de las fuentes y las estatuas,
en tritones que se retorcían pasmosamente; su ruido frío

desbordando el pilón, repitiendo que el poder
y el arte eran la misma cosa, desde la nariz comida de algún César
hasta agujas al ocaso en la media hora de la golondrina.

Cuéntale eso a un esclavo de las regiones apartadas
de sus raídos imperios, qué poder residía en la obra
de las indulgentes fuentes con náyades y leones.

Derek Walcott, traducción José Luis Rivas.


Imagen: "La casada desnudada por sus solteros" de Marcel Duchamp.

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