La historia de las relaciones entre Kafka y Max Brod es conocida: en el momento de morir, Kafka le ordena a su amigo que queme todos sus manuscritos, es decir, que destruya El Castillo, El Proceso, etc., como si nunca hubieran sido escritos. Gesto ambiguo, habría que decir que ese mandato es el último gran relato kafkiano. Max Brod se ve sumergido en el mismo sentimiento de culpa y de postergación típico en los textos que debe destruir. Está obligado a elegir: ¿traicionar a su amigo o traicionar a la literatura? Fidelidad contradictoria, doble ley que lo sitúa –como vemos- en el espacio clásico de Kafka. Sin embargo no es aventurado pensar que la gran duda (…), la gran tentación de Max Brod no fue publicar los textos o quemarlos. En el juego de esta doble obediencia puedo pensar que la respuesta del enigma estaba en la orden misma: si Kafka hubiera deseado realmente destruir sus manuscritos, él mismo los habría quemado. Tampoco es aventurado pensar que otra duda asedió en algún momento a Max Brod. La duda fue (debió ser) ésta: “Nadie -salvo yo, salvo Kafka que ha muerto- conoce la existencia de estos escritos. Entonces: ¿publicarlos con el nombre de Kafka o firmarlos y hacerlos aparecer como míos? Estos textos ya no son de nadie: no son de su autor, que no los quiso. No son de nadie.” La inmortalidad, la fama o el simple papel de albacea, del suave y humilde ayudante que dedica su vida a la mayor gloria de un escritor entrañable pero desconocido? Reverso de Eróstato (que fascinó a Kafka), la elección de Max Brod lo ennoblece pero a la vez –por una extraña paradoja, otra vez, típica de Kafka- lo aniquila. ¿No hubiera complacido mejor )¿no podemos pensar que eso deseaba?) al genio distante y perverso de Franz Kafka un Max Brod que usurpa la fama del difunto y que en el momento de morir revela a alguien (a otro albacea servicial, a otro Max Brod) la propiedad secreta de esos textos?
(Se dirá que me aparto del objetivo de este informe: no es del todo así: el hecho de que al presentar un texto inédito de Roberto Arlt me haya visto forzado a usar la forma del relato, el hecho de que el cuento de Arlt se lea en el interior de un libro de relatos que aparece con mi nombre, es decir: el hecho de que no me haya sido posible publicar este texto –como había sido mi intención- independientemente, precedido por un simple ensayo introductorio, demuestra –ya ser vera- que de algún modo he sido sometido a la misma prueba que Max Brod.)
En una nota al pie p.143.
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