ayer vi un perro que se quejaba
en realidad, primero escuché al perro que se quejaba y pensé que era un gato por lo agudo de sus chillidos
el sonido venía por una calle que yo tenía que cruzar y toda la gente que caminaba por ahí se había detenido para entender de dónde provenía aquel chillido amargo
crucé miradas con varios de ellos, no entendían, era al atardecer, aparentemente todos volvíamos a casa del trabajo
el perro pasó rápido por el medio de la calle
era un perro mínimo, una especie de caniche
pasó corriendo y chillando de un modo estremecedor
yo deduje que había alguna parte de su cuerpo que le dolía y él corría para escapar del dolor
esa inocencia, el hecho de creer que el dolor era una agresión externa y no interna, fue lo que más me conmovió, iba con la lengua afuera (el perro)
unos policías lo atraparon
en serio, unos policías de tránsito lo atraparon justo delante mío
uno de ellos se puso un guante e intentó ver qué era lo que le pasaba
el perro saltó gritando aún más fuerte, escapó
con un dolor intenso, salió disparado por otra calle
corriendo hacia arriba
gritando hacia arriba
tratando de huir del dolor que él creía que lo perseguía
supongo que habrá corrido hasta morir extenuado o algo así
fue esa inocencia la que me amargó la tarde
la que me conmovió
la que me hizo preguntarme si no seremos iguales
ese perro y yo
(hoy vi esta foto de una obra de David Shrigley y me acordé de mi vivencia de ayer)
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