Me gusta la gente que trabaja y se esfuerza en silencio. Me encanta cuando gana un gregario. Ayer pude ver el triunfo glorioso de uno de los rodadores más regulares y callados del pelotón Pro- tour: Johan Van Summeren. Por eso, propongo que, a partir de hoy, se celebre el diez de abril como día mundial del gregario.
Pero más allá de la victoria del belga, ¡qué competencia tan disfrutable que es la Paris-Roubaix! Estas clásicas de abril (fue excelente la Vuelta a Flandes del domingo pasado, también ganada por un no-favorito como Nuyens) recuperan ese espíritu épico del ciclismo que las carreras por etapas, y sobre todo las tres grandes vueltas, han ido perdiendo con tanta marca y neutralización.
La victoria de Van Summeren, además, representa el triunfo del equipo por sobre el portento individual (cuyo exponente máximo era, en esta oportunidad, Fabián Cancellara). La escapada buena, la que agarró el vencedor, empezó a más de cien quilómetros para la meta y nadie, supongo que él tampoco, podría haber pensado que llegaría a destino en solitario y con tiempo para ajustarse el maillot y mirar atrás. Pero los desatinos de los favoritos, unas escaramuzas vergonzosas entre Cancellara, Hushovd, Ballan e, incluso, el director del equipo Garmin-Cervelo, Vaughters, desde el auto (al que el niño Cancellara le explicaba, supongo, que no tiraría ni un metro más porque estaba cansado de que se aprovecharan de él, y que debe haber pensado, me refiero a Vaughters, "perfecto, tengo a Van Summeren solito ahí adelante, si no quieres alcanzarlo no lo alcances"), o entre Joan Antoni Flecha y Lars Boom (con golpes incluidos), las roturas y caídas de Tom Boonen y Chavanel, que dejaron fuera de combate cualquier intento del Quick Step, hicieron que, al salir del famoso Carrefour de l'Arbre, y con unos quince quilómetros para el final, Van Summeren viera que la magia, la bendición, la jugada gloriosa, era posible. Los últimos quilómetros (de los cuales, según dice, hizo cuatro con una rueda pinchada) fueron magníficos, sin dudas los más importantes de su vida.
Cuando llegó, todo lleno de polvo como es común en la Paris-Roubaix, lo veíamos besarse emocionado con su novia a quien, dicen, le pidió matrimonio ahí mismo. Así es la emoción de ganar uno de los monumentos del ciclismo. Una de esas carreras que nos recuerdan, sobre todo a aquellos que creen que el ciclismo es un deporte de hombres solitarios, que se trata de UN DEPORTE DE EQUIPO. Por todas esas cosas, reitero, celebraremos el diez de abril como EL DÍA DEL GREGARIO.
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