Ayer terminé de leer la exhaustiva biografía que Aldo Mazzucchelli escribió sobre Julio Herrera y Reissig ("La mejor de las fieras humanas", Taurus, 2010). El libro es, desde su impulso, digno del mayor encomio, entre otras cosas porque, a cien años de su muerte, hacía falta una renovación, a nivel del discurso nacional, de la legendaria figura del poeta de "La Torre de los Panoramas". Mazzucchelli lo hace con profusión de datos y probidad.
El comienzo, la primera escena, el entierro del poeta, es excelente, muy "à la Michon". A partir de ahí, la misma posición de Mazzucchelli hace quedar al libro en un lugar incómodo. Su interés por construir una nueva visión de Herrera, distinta de la del "torremarfilista" que elaboró, en gran parte, la generación del 45, lo obliga a manejar un gran volumen de documentos, cartas y detalles que hacen que la lectura avance algo más pesadamente. Las 650 páginas terminan por parecer demasiado para una vida tan corta (y en general prosaica). En ellas, me quedé con ganas de más análisis literario; que lo hay, claro, pero, proviniendo de un poeta y profesor como Mazzucchelli, yo esperaba, quería, más (en cantidad, digo). Aunque es cierto que el objetivo principal es biográfico y hubiera sido un libro interminable de haberle dedicado más espacio a la crítica.
En lo que a la vida del poeta se refiere, hay momentos nolvidables: la narración de los famosos duelos de la "entente" (como la denomina el autor) Herrera y Reissig-De las Carreras me hizo reír mucho (la fineza de Herrera se muestra incomparable), el "exilio" económico en Buenos Aires (algo que yo ignoraba por completo) con una carta demoledora de su hermana, el anexo dedicado a su hija Luna (algo que también desconocía).
En lo que toca la obra, lo principal, para mí, es la tarea de reforzar la noción de ironía. La absoluta conciencia de Herrera sobre el juego que estaba jugando, algo que lo diferencia de Lugones y otros "Modernistas" tardíos. El humor, la parodia; cosas que lo ponen a la vanguardia de las vanguardias históricas y lo tendrían que haber hecho sujeto de mayores reconocimientos (claro que, siendo uruguayo y tan radicalmente renovador, ya se sabe...).
Las últimas páginas se transitan con tristeza. Percibiendo la degradación de un hombre demasiado joven para morir, la pobreza, la sensación de fracaso, los esfuerzos desesperados por procurarse un trabajo que le permitiera sobrevivir y mantener a su reciente familia (un trabajo de cualquier cosa), la pérdida de su proverbial sentido aristocrático, la decadencia real (no la poética)... Todo eso en tiempos en los que estaba terminando su mejor obra, un poema tan extraño para su época que es muy difícil catalogarlo, un poema que anticipa al neobarroco, a Lezama Lima: a todo, anticipa todo. Obviamente: "La tertulia lunática".
La imagen que me queda es la de una suerte de Quijote. Su forma de escribir, de actuar, de obrar, su finísimo humor, me recordaron mucho a aquel hidalgo delirante e inadaptado, defendiendo valores de los que nadie quiere oir hablar. O mejor, un "Albatros", para utilizar la famosa imagen de Baudelaire. Eso: un albatros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario