Ayer fue un día muy importante para la historia del Tour de Francia. Un día que, a medida que pase el tiempo, se recordará como el fin de una era y el comienzo de otra. Todos estábamos esperando esta primera jornada y único final en alto de los Alpes. ¿Qué pasaría cuándo alguien atacará de verdad a Armstrong? ¿Podría Contador con el peso de esa responsabilidad? ¿Qué harían los demás? Al comienzo del ascenso, la tensión podía palparse incluso a través del televisor y, finalmente, todas las preguntas fueron respondidas en a penas diez o quince minutos.
Ya en los primeros metros de pendiente, el equipo Saxo Bank hizo lo que nadie había hecho hasta ahora, endurecer las condiciones, robarle el protagonismo al Astana, tratando de fraguar el ataque de Andy Schleck y aprovechando una escapada previa de Cancellara. En el pimer kilómetro, el grupo de los líderes se vio reducido tan solo a los candidatos, con tres Astanas allí: Armstrong, Kloden y Contador. Las pulsaciones se aceleraban, la emoción crecía, las piernas sufrían cada vez más. Y ahí, entonces, en uno de esos momentos que quedarán para siempre en el recuerdo, apareció la historia: Contador se separó un poco, miró al grupo, estudió las caras de todos, sobre todo la de Lance, y al más puro estilo Armstrong, dio la estocada que nadie fue capaz de contestar, cuando todavía quedaban más de cinco quilómetros de subida.
La cara de Armstrong lo decía todo: el hombre que había dominado la competición durante siete años, cuya célebre mirada de asesino todos temían en los Alpes, el héroe del Alpe d’huez, de Hautacam o de Luz-Ardiden, el de la épica escalada al Mont Ventoux junto a Pantani, el hombre al que las piernas siempre habían respondido, no encontraba las fuerzas y sufría. Ordenó a Kloden que impusiera un ritmo seguro y se puso a rueda, pero el daño ya estaba hecho. Saltó el menor de los Schleck y no pudo seguirlo, saltó Nivali y no pudo seguirlo, saltó el mayor de los Schleck y no pudo seguirlo, pasaron Wiggins, Sastre y Evans y el tejano no respondió.
Cuando Contador llegó a la meta y se vistió de amarillo, fue como si todo el mundo respirase aliviado. Antes que nada Alberto Contador, pero también la prensa, Bruyneel, los demás miembros del Astana, los espectadores y, yo creo, hasta el mismo Armstrong. La duda había sido resuelta y ahora todos podrán hablar de que un hombre de casi 38 años está ahí, segundo en el Tour y llegó con sólo 1:35 de diferencia. Ahora, viendo al hombre en toda su dimensión, viéndolo sufrir como sufren todos, podemos juzgar mejor las hazañas conseguidas.
Cuando Contador ganó su primer Tour en el 2007 Lance no estaba. Faltaba este relevo, faltaba el ataque del joven al viejo. Porque los héroes, pregúntenle a Homero, para ser verdaderamente héroes, también tienen que morir y Verbier será recordado como la tumba de Armstrong. La pregunta ahora es: ¿Cuándo alguien hará lo mismo con Contador?
¡El rey ha muerto, larga vida al rey!
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