
Ya en los primeros metros de pendiente, el equipo Saxo Bank hizo lo que nadie había hecho hasta ahora, endurecer las condiciones, robarle el protagonismo al Astana, tratando de fraguar el ataque de Andy Schleck y aprovechando una escapada previa de Cancellara. En el pimer kilómetro, el grupo de los líderes se vio reducido tan solo a los candidatos, con tres Astanas allí: Armstrong, Kloden y Contador. Las pulsaciones se aceleraban, la emoción crecía, las piernas sufrían cada vez más. Y ahí, entonces, en uno de esos momentos que quedarán para siempre en el recuerdo, apareció la historia: Contador se separó un poco, miró al grupo, estudió las caras de todos, sobre todo la de Lance, y al más puro estilo Armstrong, dio la estocada que nadie fue capaz de contestar, cuando todavía quedaban más de cinco quilómetros de subida.

Cuando Contador llegó a la meta y se vistió de amarillo, fue como si todo el mundo respirase aliviado. Antes que nada Alberto Contador, pero también la prensa, Bruyneel, los demás miembros del Astana, los espectadores y, yo creo, hasta el mismo Armstrong. La duda había sido resuelta y ahora todos podrán hablar de que un hombre de casi 38 años está ahí, segundo en el Tour y llegó con sólo 1:35 de diferencia. Ahora, viendo al hombre en toda su dimensión, viéndolo sufrir como sufren todos, podemos juzgar mejor las hazañas conseguidas.
Cuando Contador ganó su primer Tour en el 2007 Lance no estaba. Faltaba este relevo, faltaba el ataque del joven al viejo. Porque los héroes, pregúntenle a Homero, para ser verdaderamente héroes, también tienen que morir y Verbier será recordado como la tumba de Armstrong. La pregunta ahora es: ¿Cuándo alguien hará lo mismo con Contador?
¡El rey ha muerto, larga vida al rey!
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