sábado, 13 de febrero de 2010

Todas las armas de un ejercito implacable puestas en manos de un general sin ganas de victoria.

Estás en un bar y el dueño pone "Vinagre y rosas", entre las conversaciones, te das cuenta de que estás escuchando a Sabina pero no sabrías decir qué, no reconoces de qué disco se trata y tampoco importa, es Sabina; se ha vuelto música de fondo. Al rato, se te ocurre que debe ser el último disco, que todavía no has querido escuchar. Al otro día te dices que ya, que ahora que pasó la fiebre, que fue el disco más vendido (lo cual da testimonio de que todavía hay gente que compra discos) y todas esas cosas, hay que oírlo. Te dispones a hacerlo, reparando, como siempre que se trata de este autor, en las letras. Ojalá no lo hubieras hecho.

De los muchos imitadores que tiene Sabina en tantos bares nocturnos de latinoamerica he escuchado a más de un par. Cantan sus canciones a la perfección (mejor que él en muchos casos) y le ponen todo ese sentimiento devoto. El problema empieza cuando se ponen a interpretar sus propias composiciones. Entonces, todo el repertorio de trucos Sabina se transforma en juegos cursis de palabras redactados por un triste aficionado a los crucigramas de diario de segunda provincial, inocente y voluntarista, como cualquier canción de Ricardo Arjona. El último disco de Sabina es eso, un remedo del talento, fórmulas vacías, todas las armas de un ejercito implacable puestas en manos de un general sin ganas de victoria. Y lo terrible de escucharlo con atención es que el artificio, cuando está mal hecho, deja ver lo que hay detrás y si uno va detrás, es decir al pasado, empieza a fijarse en las costuras y puede que todo se estropee. Por eso no le demos muchas vueltas, olvidemos el vinagre y las rosas y quedémonos con el whisky sin soda y los crisantemos. Y ya.

Una aclaración necesaria: el disco está hecho con todas las de la ley, es nuestro Sabina, suena igual que cualquier disco de Sabina, allí está su rockcito con sello Varona, la rancherita con ilusiones mexicanas, la rumbita agridulce, la baladita melosa con coros femeninos... Si fuera el único disco editado por este cantautor se podría escuchar y hasta resultaría simpático (hay una canción incluso, "Agua Pasada", muy bonita: "Lo atroz es no querer saber quién eres/ agua pasada, tierra quemada/ que dé igual esperarte o que me esperes/ que no seas tú entre todas las mujeres/ que la cuenta esté saldada" ¡olé!). El problema es lo que hay detrás, porque allí está el talento de un enorme artesano con mucho oficio. Un artesano que no tenía algo para decir pero estaba obligado a decir algo y puso en ello todo su oficio, eso es lo que hay: mucho (oficio, poco) Sabina.

Y sin embargo... seguiremos siendo fieles de este credo de todos modos y hasta siempre.

2 comentarios:

Horacio Cavallo dijo...

sabina sin las putas se hizo añicos
fue tapa de revistas satinadas
y poster retocado en las paradas
de bondis que recorren barrios ricos

él que quiso borrar a los milicos
con bombardas caseras y granadas
ahora canta para rubias taradas
que enloquecen de amor por Los Pericos

más vale irse a una isla hacerse a un lado
que envejecer haciendo papelones
cagándose en la tinta del pasado

o darle de comer a los gorriones
en el banco más triste de una plaza.
o estructurar sonetos desde casa.
abrazo
hc

nicolás dijo...

¡qué grande Cavallo!
un comentario certero, con el lenguaje certero y la estructura que tanto le gusta a joaquín...
perfecto.
gracias.