martes, 16 de febrero de 2010

La identidad es una condena

Hoy hace cuatro años que me fui de mi país de nacimiento. Es una de esas fechas que uno recuerda. He escuchado a varios inmigrantes coincidir en ese punto. Irse es como empezar a vivir una nueva vida, como un cumpleaños. Sobre todo si no hay una fecha, ni una voluntad, clara o cercana de regreso.

Hace poco, unos amigos uruguayos (todos ellos inmigrantes), me invitaron, con gracia, a sumarme a un grupo en facebook denominado "yo no elegí nacer en uruguay... simplemente tuve suerte". La primera parte de esa afirmación tiene que ver con algo en lo que creo profundamente: nacer en un lugar o en otro es una fatalidad y nadie debería ser juzgado por ello, en ningún sentido. Eso no tendría que ser una ventaja o una desventaja para nadie. Esto, que parece tan obvio y fácil de comprender, se desmiente diariamente en casi todos los países del mundo. Los nacionalismos insisten en diferenciar a una persona de otra por el simple hecho de haber nacido diez quilómetros más acá o más allá. La segunda parte, la chistosa, de la afirmación implica todo lo contrario, considera el hecho de nacer en Uruguay como una fortuna, algo, cuando menos, discutible. De todos modos, lo mismo dirá un mexicano, un argentino o un chileno. En ninguno de los casos me causa ninguna gracia.

Con discursos similares, todos los "aldeanos vanidosos" (al decir de Martí) del mundo promulgan la superioridad de sus feudos sobre los vecinos y elaboran complejísimos discursos que inventan tradiciones, ensalzan costumbres y construyen identidades. Hace poco escuché a Félix de Azúa, uno de los pensadores más interesantes que se puedan leer en idioma español, decir que "la identidad es una condena" (yo agregaría que es una condena por un crimen que no se cometió) y que lo mejor que puede hacer el ser humano es traicionar su identidad.

Cuando yo me fui de Uruguay fue, entre otras cosas, para verme desde otro lado, para trascender la eventualidad de un nacimiento, para forjar una nueva identidad que no dependiera de lo nacional. A mí me gusta mucho el lugar en el que nací, allí tengo a mi familia y a mis amigos, me siento muy cómodo cuando voy porque lo conozco y me reconozco, pero desde hace hoy cuatro años, estoy tratando de huir de esa zona de confort y de traicionarme, esperarme a la vuelta de la esquina y emboscarme, cuantas más veces mejor. Cada vez me siento menos uruguayo (aunque extraño mucho algunos lugares de ese país y sobre todo a alguna gente) y me da más pudor la gente que se vanagloria de serlo. Los 16 de febrero celebro el impulso que me llevó a empezar el viaje.

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