jueves, 7 de enero de 2010

¿Sería pueril hablar de Babel en un mundo sin referente divino?

Como nadie debe ignorar, en el último siglo la escalada de los edificios más altos del mundo ha superado, con creces, la preocupación por la conjugación del espacio urbano y la economía. Los motivos van desde la obvia ostentación de poder hasta la publicidad (buena parte del conocimiento de una ciudad como Kuala Lumpur deriva de que allí están las torres mellizas que construyó Pelli en el 98). Desde que en 1889, la estructura metálica de cuestionable belleza del señor Eiffel arrebató el título de construcción más cercana al cielo a la pirámide de Keops, ha habido 13 cambios de liderazgo contando el que, esta semana con la inauguración de la "Burj Khalifa" de Dubai, devolvió el título a la región de oriente medio. Es decir que pasaron unos 4.500 años antes de que se diera el primer cambio de liderazgo pero, a partir de entonces, pocos son los que soportan más de una década en el lugar de privilegio (si consideramos que el Empire State lo tuvo 41 años y la Sears Tower 24, el promedio de los otros se termina reduciendo bastante). ¿Qué nos pasó? ¿Sólo tiene que ver con la posibilidad de hacerlo, es decir los avances tecnológicos?

Hablemos de poder. Lo obvio: desde que el World Building superó a la Torre Eiffel en 1890 hasta que la Sears Tower sobrepasó al World Trade Center en 1974, todos los relevos se dieron en la ciudad de Nueva York. Después de la Sears Tower de Chicago, los estadounidenses, inventores y principales promotores del "skycraper", tal vez previendo las desastrozas consecuencias de tanta soberbia, parecen haberse olvidado de este récord (tan es así que la futura “Freedom Tower”, corazón del nuevo “One World Trade Center”, se quedará bastante lejos del primer lugar).

Sigamos hablando de poder. En el principio fue la religión: las pirámides egipcias (que no eran otra cosa que centros de comunicación con la vida después de la muerte y sus dioses), las iglesias góticas, las mezquitas. Después los medios de comunicación, durante el siglo XIX la competencia de los edificios más altos se la disputaron los periódicos y estuvo escenificada principalmente en la afamada Park Row: el New York Tribune, el New York Times, el Potter Building y finalmente el World Building, también llamado Pullitzer (por Joseph Pullitzer dueño del desaparecido diario “New York World”), que arrebató el trofeo a la famosa torre de metal de París y lo perdió en seguida a manos de, precisamente, el Park Row Building. Luego las marcas: Singer, Met Life, Woolworth, Trump, Chrysler; luego las oficinas: Empire State, World Trade Center, luego las marcas: Sears, Petronas, luego las oficinas: Taipei 101. En está dinámica del poder, dentro de estos grandes edificios muchos hombres han dado su vida pero no han vivido en ellos. Esta situación parece estar cambiando.

Sigamos hablando de poder. Desde que la burguesía manda, lo público parece protagonizar (público no en el sentido de “Estatal” que se la da a la obra llamada pública, sino simplemente como opuesto a lo privado) la construcción de estas grandes obras. La demostración y conservación de un poder está más ligada a una función que a una persona y, por lo tanto, las grandes construcciones han perdido mucho de vida, de vivienda (si bien es cierto que el presidente de Estados Unidos habita la Casa Blanca, también es cierto que la Casa Blanca no es Versalles ni Buckingham Palace, ni siquiera el el Castillo de Neuschwanstein, ese romántico y anacrónico intento del magnífico Luis de Baviera). Pero, si consideramos que estamos frente a tiempos de cambio en la estructura del capitalismo, globalización, crisis profunda de las finanzas, crisis ecológica, hiperconectividad... ¿Qué nos dice la nueva joya de la corona, la Burj Khalifa?

Intento imaginar cómo serán los edificios de la era de internet y la información, una época en la que, aparentemente, ya no es necesaria una demostración física permanente y obvia de poder, sobre todo porque ya no será necesario congregar a los trabajadores en una sede y transmitirles claramente quién es el que manda (lo mismo que a la empresa de al lado y sus trabajadores). Si las comunicaciones cambian, debe cambiar lo que se comunica (no parece necesario aclarar que una de las funciones principales de la arquitectura, como de cualquier arte, es la comunicación). Entonces, ¿qué nos dice la Torre Kalifa de Dubai?
Bueno, por ejemplo, es el primero de todos los grandes edificios de los que hemos hablado que estará destinado, en buena parte, a viviendas.

Dice algo ¿no?

¿En qué idioma?

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