tengo para mí, y lo comparto aquí, que pierre michon es el mejor escritor vivo que se puede leer. una afirmación temeraria si se piensa que quien la hace no conoce más que una parte infinitesimal de lo que escriben los escritores vivos, ni hablar de lo que escriben los muertos. pero la hago con buena voluntad, consciente de que no existe tal cosa como "el mejor" en nada, y con una creencia: será bastante difícil encontrar a alguien que lo supere. por lo menos en el terreno de lo que a mí me gusta.
ya se ha hablado aquí de michon, pero vuelve ahora, renovados los bríos admirantes por la feliz "trouvaille" o "trobada" (ya que estamos en catalunya) de su primer libro, "vidas minúsculas", que no había podido encontrar en méxico. aquí se habla de personas que existieron y ya no existen, que rodearon la vida del escritor de algún modo, sus parientes, su pueblo, su infancia sobre todo, su juventud también. familiares, vecinos, novias, compañeros de manicomio; todos puestos bajo la lupa de la literatura, como un enciclopedista de lo microscópico, de lo ínfimo; vidas que no importaron, que no importan, que nunca importarán. seres condenados a aparecer, luchar anónimamente y desaparecer.
uno de los relatos tiene como protagonista a un tal Antoine Peluchet, un pobre tipo que se peleó con el borracho de su padre y se fue de su casa siendo joven y nunca volvió al pueblo y nunca nadie volvió a saber de él. la gente especula sobre su paradero en el bar del pueblo, también lo hace michon:
"...escritor fallido antes de ser y cuyas pobres páginas nadie leerá jamás, terminó como habría terminado el pequeño Lucien Chardon si el puño de Vautrin no lo hubiese salvado de las aguas: presidiario también. Porque yo pienso, por mi parte, que tenía todo lo que hace falta para ser un autor intransigente: la infancia amada y desastrosamente rota, el orgullo feroz, un santo patrono oscuramente inflexible, algunas lecturas celosamente guardadas y canónicas, Mallarmé y no sé cuántos otros como contemporáneos, la expulsión y el padre rechazado; y que, como de costumbre, hubiera sido cuestión de un pelo, quiero decir de otra infancia, más urbana o más desahogada, alimentada de novelas inglesas y de salones impresionistas donde una madre hermosa sujeta tu mano en su mano enguantada, para que el nombre Antoine Peluchet resonase en nuestras memorias como el de Arthur Rimbaud."
de entre los muertos aparece aquí el maestro balzac, claro que sí, que ya había tratado estos temas en la aludida "ilusiones perdidas", también está, en la textura, en lo estético y en lo ignominioso, el otro maestro faulkner, también se pueden leer cosas similares en onetti, nuestra tan buena traducción de éste último. pero en michon, la fluctuación entre el todo y la nada aparece con un nivel de consciencia que la hace tan pesada, tan abrumadora, casi insoportable. ese rimbaud puesto ahí como un faro, ese azar gigantesco por el cual uno puede ser vagabundo, prisionero, delincuente o rimbaud (que podría ser todas esas cosas a la vez, y un poco más) según sople un día un viento u otro, según se muera o nos golpee un pariente o caiga un rayo. y más aún, la absoluta certeza de que ser rimbaud también es ser nada.
la nada ha pesado sobre todos durante el siglo XX, probablemente como nunca antes en la historia. en este terreno tan tedioso y nauseabundo (dijera jean paul, que tanto se preocupo por esos detalles), michon ha alcanzado, para mí, un nivel magistral. se trata del narrador más minucioso de la nada que somos, o peor, o mejor, de la nada que seremos.
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