estábamos cenando con amigos de varias nacionalidades, mexicanos principalmente, pero todos paisanos de esa vasta nación que es la poesía. de repente, un peruano, a sabiendas de mi origen, me dice: "yo estuve en montevideo, es la ciudad más triste que he conocido." y pasó a narrarme cómo vivió más de una semana en la ciudad esperando unos cuadros de un pintor a quien no podía localizar y que, por estar deprimido, no lograba terminar las obras que el limeño tenía que llevarse.
paraba el peruano en un hotel de 18 de julio cercano a la plaza independencia. era invierno "y a eso de las 7 entra una niebla galopando por la puerta de la ciudadela" dijo. "y uno camina por la calle y ve a los viejitos sentados solos en las mesas de unos bares desolados frente a un vaso enorme de vino". así es, el bar, el boliche, el café, la cantina, creados en el mundo entero como centro de solaz para clases medias y bajas, en montevideo suele ser un sitio desconosolador. vinieron los himnos de nuestro trovador (que no era montevideano pero sí lo era) eduardo darnauchans, "como los desconsolados" y "Desconsolados 2" a mí.
incluso cuando nos reímos, pensé, lo hacemos mínimamente, en general escudados en la ironía. me puse a contar a los montevideanos que conozco que posean una risa franca, abierta y explosiva como la caribeña; son, de verdad, muy pocos. recordé a mi abuelo riéndose para adentro, sin mostrar los dientes, como avergonzado de la efímera sensación de alegría. recordé el pilar costa, el club de bochas al que él me llevaba de niño: ese humor ácido acodado en el mostrador, esos personajes silenciosos que de vez en cuando lanzan una bomba irónica casi sin mover la boca, con un vaso de espinillar en la mano. recordé al que, para mí, es el mejor cómico de montevideo, leo masliah, una persona que nunca debe haberse reído en su vida. recordé al escritor más triste que conozco, juan carlos onetti. tanta tristeza, recordé...
y claro, deduje, por eso el carnaval es tan popular en montevideo; es un carnaval verdadero, una subversión real de valores. por un mes o dos, la tristeza deja de reinar para cederle su lugar a la risa. y por eso lo estiramos, al carnaval, lo hacemos durar tanto y nos vanagloriamos de que es el más largo del mundo.
"es la ciudad más triste que conozco" repetía el limeño, riéndose, una y otra vez. y lo que más me llamó la atención fue que, lejos de ofenderme, aquellos comentarios eran para mí alabanzas hacia mi ciudad natal. yo me sentía orgulloso de mi origen, de esa angustia torturante que habita los cafés viejos del centro decadente y de los barrios, las canchas chicas de fútbol, las de básquetbol, los clubes deportivos, las plazas, las paradas de ómnibus, las calles del prado en invierno. durante mucho tiempo estuve enojado por haber nacido ahí, ahora me pone contento haber vivido tantos años donde la tristeza vive, y tengo muchas ganas de volver a regocijarme en ese cuerpo.
2 comentarios:
Qué buen post!
Me sentí como en mi casa. Y la anécdota del peruano y el pintor es como para un cuento (no la pierdas).
Es una hermosa tristeza la de Montevideo, sobre todo si has desarrollado anticuerpos en el CTI de otras latitudes.
Lo más gracioso del asunto es que, al menos a mí, siempre me pareció que el carnaval uruguayo era tristísimo! Nunca me gustó, porque para melancolías prefiero las clásicas de la ciudad, las de siempre, no las que se pretenden alegres.
Lindo blog. Lo marco.
Abrazos
Gabriela
uruguaya que creció en México y volvió a Uruguay y volvió a irse a México y volvió a volverse a Uruguay, y ahora ya no tiene arreglo (ni le interesa tenerlo)
gracias gabriela. qué bueno que te haya gustado.
a mí tampoco me agrada el carnaval (aunque hay cosas rescatables), pero no me vas a negar que la gente se divierte muchísimo en los tablados. aunque a uno le parezca cursi, berreta, triste, la gente se divierte muchísimo. la tristeza se transforma. bueno, eso creo yo, que fui bastante al carnaval, de niño.
en otro orden de cosas, te envidio la cercanía con varlotta. algún día me tenés que contar cosas de él. algún día.
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