martes, 13 de abril de 2010

Tratando de tener cierta objetividad con Drexler.

Como a tantos “cantautores”, a Drexler parece ocurrirle que su ámbito más efectivo es el concierto, cuanto más despojado mejor: la voz, la guitarra y el público, su público. Tal vez porque la razón de ser de este tipo de música es la comunión; la comunicación directa está en la base de un arte que, a diferencia de lo que pasa con compositores de melodías más complejas y letras menos explícitas, necesita de la complicidad, ese calor. Prueba de ello es esa ansiedad por que el público participe activamente en las grabaciones, esos coros masivos tan frecuentes en los discos en vivo de tantos cantantes: pueblos que quieren hacerse oír y autores que desean ser interpretados por el conjunto más numeroso de susurros posible. Una inquietud que, por cierto, tiene momentos tan memorables como el “Ojalá” de Silvio Rodríguez en el disco “Mano a mano”, grabado en Las Ventas de Madrid (siempre que lo escucho me hace erizar la piel), o el “Calle melancolía” de Sabina en “Nos sobran los motivos”, y cuyo ejemplo más obvio (por lo explícito) pudiera ser la excelente versión de “Did you get my message” de Jason Mraz en “Selections for friends”.

En el disco “Cara b” (grabado en vivo en siete ciudades catalanas en 2007), Drexler alcanza esa tan disfrutable sensación de íntima calidez (sobre todo cuando interpreta sus propias canciones), una cercanía que cualquiera que haya asistido a sus conciertos en solitario habrá podido comprobar (y esto incluye aquellos primeros, cuando su fama todavía no había trascendido a un reducido grupo de montevideanos). En sus últimas grabaciones, al acercarse a una producción más maquinal en el estudio, tendía a perder, aunque ganaba en otros terrenos, la dulzura de sus primeros trabajos, hasta “Llueve”.

En “Amar la trama”, su último disco, de reciente aparición, el músico ha querido dar un paso atrás y se ha quedado en el medio entre el directo y el estudio. En doce temas grabados en sesiones en vivo para un público reducido que no se siente, las interpretaciones ganan vida pero no aparece, lamentablemente, en toda su dimensión, aquella dulzura que parece depender de la energía con que Drexler se solaza cuando la gente lo acompaña y lo celebra, una situación que, claro, requiere el conocimiento previo de las letras.

Por lo demás, es un disco de Drexler y tiene todo lo que tienen los discos de Drexler; y está bien. Canciones -unas más juguetonas, otras más serias- que hablan del ser y de la vida, del amor y la pareja, de las relaciones entre los hombres y las mujeres (que incluyen el tacto), del autor viéndose a sí mismo en su labor creadora, pero que, por lo menos en lo que a mí concierne, no llegan a conmover como lo hacían canciones de anteriores trabajos, y podría nombrar unas cuantas. Se destaca mucho “Toque de queda”, con Leonor Watling cantando en español, en una bonita interpretación sucia, cabaretera, que acompaña muy bien al propio Drexler, y en la que los papeles parecen estar invertidos siendo ella quien aporta el toque viril y él la dulzura femenina. También sobresale, para mi gusto, “Noctiluca”.

Sea como sea, y como siempre pasa con Drexler, es un disco lindo de escuchar, un trabajo hecho con una gran capacidad técnica y amor por la música.

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