Ayer, mientras todos los jugadores festejaban inundando el campo de juego con el tradicional séquito de periodistas que matarían por una nota, mientras la Rambla de Canaletes se llenaba de gente, mientras en Plaza Catalunya una pantalla gigante descubría el letrero “Felicitats campións!” y en cada calle de Barcelona se escuchaban los cantos de la victoria hasta altas horas de la noche, un hombre miraba solo, parado en el centro de la cancha, toda la algarabía, con un sonrisa incrédula, tratando seguramente de guardar los recuerdos de su primera copa como entrenador, era Josep Guardiola.
Hoy, cuando finalmente este Barça tan alabado tiene un reconocimiento oficial, habría que recordar que hace menos de un año se vivía el fracaso absoluto: se había perdido todo, no se le renovaba el contrato a Rijkaard y dos “históricos” como Ronaldinho y Deco dejaban el equipo. Hace poquito más de un año (el 8/5/08), Joan Laporta hacía oficial la contratación de Guardiola como técnico del Fútbol Club Barcelona. Quien esto escribe tiene en la memoria algo todavía más remoto, Guardiola al costado de la cancha en Tuxtla Gutiérrez, en sus últimos días de jugador, luego de haber marcado un gol para los Dorados de Sinaloa, esperando ansioso que el final del partido decretara el triunfo tan necesario para una permanencia que al final no se logró. De aquello hasta aquí, del Víctor Manuel Reyna a Mestalla, han pasado sólo tres años.
Pero en mucho menos tiempo, apenas unos meses, Guardiola ha concretado el que para muchos es el mejor fútbol del planeta. Un juego que deslumbra, es cierto, por la técnica individual de sus estrellas, Iniesta, Messi, Xavi, Henry, por decir algunos, pero que, sobre todo, descolla en lo colectivo. Cuando uno ve jugar al Barça y lo compara con otros equipos que también tienen muchas luminarias (el Real Madrid para no ir muy lejos) entiende que la diferencia es la cabeza que hay detrás, no sólo a nivel estratégico, también a nivel humano. La solidaridad con la que enfrenta los partidos el conjunto de Guardiola se ha visto pocas veces en equipos con este nivel, y me refiero sobre todo al perfil mediático, de jugadores.
Supongo que todo eso estaría pasando por su cabeza ayer, una mezcla de nostalgia por el pasado de jugador e ilusión por el futuro de gloria como entrenador. Añorando los pantalones cortos pero sintiéndose cómodo con el elegante traje de director, como un joven titiritero a quien le dan por primera vez las riendas del asunto y monta un espectáculo que nadie había podido lograr antes. Sospecho que la manida cita de “El Fausto” de Goethe “¡Detente, instante, eres tan bello!” no le debe haber sido ajena. O quizás no, quizás estuviera mirando, más allá de ese momento, la copa de la liga española que seguramente obtenga este fin de semana, o la Champions del 27 de mayo: la triple corona. Algo que sólo un director técnico, y no precisamente joven, ha conseguido en la historia, ese que será justamente su rival ese día, Sir Alex Ferguson.
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