Hace dos semanas que no escucho otra cosa que Miles Davis. Una labor ordenada cronológicamente disco a disco, deteniéndome en cada una de sus formaciones, tratando de saber o intuir por qué sonaban cómo sonaban, qué era lo que estaban haciendo. Un talento creador genial rodeado una y otra vez de genios que querían estar a su altura. Y cada vez, cuando todo empieza a cuadrar, a acomodarse, cuando podía haber un mínimo riesgo de repetición: vámonos, el salto al vacío, a cambiar.
No sé si habrá en la historia del arte otra persona tan preocupada por renovarse, por reahcerse, por entender lo que estaba pasando a su alrededor y conjugarlo en un trabajo perfecto, obra maestra tras obra maestra.
Había escuchado muchas veces a Miles Davis, quién no, y hablaba de él como se habla de un dios, como todos, pero lo hacía de un modo obligado, vacío; confieso que no entendía el verdadero significado de su obra, todavía lo desconozco. Pero estoy empezando a ver la luz. Seguiré escuchándolo.
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