miércoles, 4 de febrero de 2009

Un testigo de la región más transparente

Quiso el azar que, en un lapso no mayor a un mes, leyera "La región más transparente" de Carlos Fuentes y "El testigo" de Juan Villoro. No son "Pedro Páramo", no son "La feria", no son "Farabeuf", ni mucho menos, pero sí son dos novelas preocupadas por el país que las escribe, el tema ES México. En ese sentido, y porque entre ellas media la segunda parte del siglo veinte, parece interesante comparar cómo se relacionan sus contextos: una es la novela del México priista y sus discusiones, la otra del México panista y sus debates. Una se enfoca en cómo administrar la esperanza y la otra, cincuenta años después, en cómo administrar el fracaso, o peor, el miedo.

Por lo que se sabe, "La región más transparente" causó sensación cuando se editó en 1958. Carlos Monsiváis, nada menos, dice que su publicación fue en aquella época "un acontecimiento". "Los mexicanos vieron en esta novela un mural muy simbólico y al mismo tiempo muy ceñido al detalle de la mezcla de clases. Era una novela muralística con chóferes de taxi, prostitutas, figuras de esta sociedad banal y escritores fracasados. Era todo y especialmente la vibración de la ciudad, el ruido de la ciudad".

Es bastante acertado, como suele serlo monsiváis, lo "novela muralista". En efecto, se trata, como en el caso de los murales, de un texto educativo, instructivo, obvio; no hay nada detrás, se hace explícito todo lo que se cuenta. Los presonajes son esteriotipos, caricaturas. El autor no intenta ocultar eso, dice: aquí ESTÁ, este ES el México de ahora, esta es la aristocracia, estos son los intelectuales, estos son los braceros y sus familias, estos son los descendientes de los indígenas... Si alguien viniera y preguntara: qué era lo que se debatía en los cincuentas en el ambiente literario-artístico-intelectual de la Ciudad de México, podríamos recomendarle: "lea este libro, es una crónica de ello". Desde una perspectiva genérica de la novela en el siglo veinte, es mala. Aunque su escritura en el lenguaje barroco de un aspirante a boom latinoamericano, evidencia el talento técnico de Fuentes.

"El testigo" es, quizás, la novela que hizo conocido a su autor para el gran público. Ganó el Premio Herralde y por lo tanto fue editada en Anagrama. No es ni la mitad de pretenciosa de lo que es la otra, así como Villoro no es ni la mitad de pretencioso que Fuentes. Tal vez por eso, la novela del último es mejor, mucho mejor. Su protagonista es un profesor de literatura, ex-aspirante a escritor, que regresa a su país, México, luego de vivir muchísimos años en Europa, y desde la objetiva perspectiva del observador casi externo cuenta cómo ve al país.

Hay en ambos casos personajes y situaciones que se repiten. El "Ixca Cienfuegos", incómodamente cursi, de Fuentes, se parece al poeta asesinado de Villoro (posiblemente inspirado en Mario Santiago Papasquiaro). El mundillo literario abunda en las dos. El universo del entretenimiento copa las tramas, con el clisé del escritor que se vuelve famoso y adinerado traicionando sus principios artísticos al guionar para la industria cinematográfica en la primera y con el autor que trabaja para el libro de una telenovela en la segunda. Los productores son igual de desagradables en las dos, el señor Gándara (que remite a alguno de los Azcárraga, supongo) es mucho más oscuro que los elementales empresarios de la primera. Y así, las coincidencias continúan porque son dos novelas parecidas, y son precisamente esas similitudes las que hacen evidentes las diferencias.

En Fuentes se respira el aire de un país en gestación. Las clases sociales y sus diferencias son las que llevan adelante la trama. En las discusiones de los intelectuales se percibe un país que mira hacia adelante y está eligiendo cómo se quiere ver en los próximos años, cuál va a ser su arte, cómo será su política, en qué va a terminar la clase de los revolucionarios enriquecidos a costa de las clases altas porfirianas, etc. Se leen, en todo momento, las ansiedades y responsabilidades de estar construyendo un futuro, una GRAN nación; ese mito.

En Villoro, el mito está muerto, la novela abandona la ciudad infernal como centro y se instala en el México profundo, la tierra de Ramón López Velarde (el poeta de la "Suave Patria" es el eje del libro), entre Zacatecas y Aguascalientes. La discusión se traslada a la recuperación de un México dormido, o silenciado por la revolución: el del cristianismo. Renacen los cristeros y sus muertes parecen querer ser visitadas de martirio sacrificial. Se avisora un nuevo país que ha dejado atrás al priismo. En cierta forma, Villoro parece querer instalarse en un mundo anterior a la "La región más transparente". Como si se dijera: "esto no funcionó, volvamos atrás, empecemos de nuevo." Julio Valdivieso, su protagonista, llega al DF y sufre lo que todos, sobre todo la violencia y el miedo en diversos niveles, desde los psicológicos hasta los físicos (la golpiza que le propinan unos judiciales y el posterior robo de parte de unos niños pobres son el más claro ejemplo, aunque no el único), y acepta eso con el estoicismo habitual del chilango, pero elige regresar al campo, se instala en la hacienda de sus antepasados y se transforma en una suerte de ermitaño que remite un poco al bon sauvage de Montaigne o al posterior Homme naturel de Rousseau.

No son dos novelas imprescindibles en la historia de la literatura universal, ni siquiera de la literatura mexicana, pero sí son dos novelas que vale la pena leer y comparar. Ambas intentan responder una pregunta dificilísima: ¿Qué es México? No creo que ninguna tenga la una respuesta, no creo que nadie la tenga, pero son dos intentos de darle un sentido, una dirección, a ese concepto tan complejo. Dos ayudas valiosas para pensarlo mejor.

No hay comentarios: