es evidente para cualquiera que transite las calles del distrito federal que aquí la posibilidad de comunicación es mucho más importante que la posibilidad de limpieza. me ha pasado caminar cinco, seis o más cuadras con un envoltorio de pastilla en la mano, esperando encontrarme en alguna esquina con un bote de basura, tuve que guardarme el papelito en el bolsillo. sin embargo, en cada cruce hay hasta tres o cuatro teléfonos públicos, y no estoy exagerando. esto significa que si uno tiene algo que comunicar a alguien, le resultará muy fácil no guardárselo, pero si a uno le sobra algo que no sea comunicación (y no voy a ponerme a discutir si la basura comunica, por supuesto que sí, pero no en los términos que estamos manejando aquí), no es tan fácil deshacerse de ello (si nos atenemos, claro está, a las normas de convivencia civilizada, porque es muy fácil tirar cualquier cosa en cualquier lado, eso es, de hecho, lo que hace la mayoría de la gente).
la respuesta fácil sería que carlos slim, número dos en los rankings de los hombres más ricos del mundo, es el responsable de los teléfonos y que es más lucrativo que la gente hable que que tire basura civilizadamente. esta es, ciertamente, una observación válida, pero son éstas, justamente, las cuestiones que definen a un colectivo.
si slim fuera responsable de los botes de basura, ¿habría uno en cada esquina? claramente no, porque la gente no pagaría tres o cuatro pesos por tirar un envase pet. sin embargo, ¿no se puede pedir, exigir, al señor que gasta tanto en un aparato telefónico, que a su lado instale un bote de basura con un costo muchísimo menor? la gente que va a instalar el teléfono podría hacerlo sin problemas, es decir, nos ahorramos esos costos. ¿no podría el conjunto de la sociedad obligar a la persona que va a enriquecerse a su costa en un espacio público por definición, a que ponga un bote al lado de cada teléfono? entonces ¿qué pasa? que la posibilidad de comunicación es mucho más importante que la posibilidad de limpieza.
en uruguay, por ejemplo, un recolector de basura del estado gana por lo menos tres veces más que un maestro escolar pagado por el mismo estado. esto dice mucho de un país. dice claramente que a los ciudadanos que componen ese estado les preocupan más sus desperdicios que la educación de sus hijos, les interesa más lo que tiran que lo que crean (no vale la pena ni pensar en lo que puede llegar a ganar un creador, de todos modos ese es otro tema). de lo contrario esto no sería así. en la ciudad de méxico, el basurero pasa una vez por día, no siempre a la misma hora, y hace sonar una campana, si uno tiene la suerte de estar en su casa y de escucharla, puede deshacerse de sus desperdicios, si no, no. desconozco cuánto ganan en comparación a los maestros.
lo antedicho no significa, en modo alguno, que los habitantes de esta ciudad sean gente que descuida su higiene. nada más alejado de la realidad, uno viaja en un metro atestado de personas que vuelven de trabajar y no hay olores desagradables. ¿qué debemos inferir? que la gente no es sucia per se, o más bien, no es sucia en lo que respecta a su individualidad. luego, es al estado, es decir a la gente como conjunto, que no le interesa la limpieza. si tomamos la limpieza como un bien, debemos colegir que es éste un estado que inculca a sus ciudadanos el beneficio propio por sobre un objetivo común. tal vez sería ir demasiado lejos. lo cierto es que las calles, los espacios públicos, están muy abajo en una lista de preocupaciones de los ciudadanos defeños. eso sí, cualquiera puede salir de su casa, caminar pocos pasos y llamar a un amigo para decirle: "estoy en tlaxcala y culiacán, ¿no sabes dónde queda el bote de basura más cercano?".
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