Cuando yo era un niño, mis padres compraron en el Chui (decir Brasil sería pretencioso) el cassette cuya portada se observa aquí al lado. Un señor con aspecto de actor de serie de televisión norteamericana de los años setenta y fondo de helechos del mismo color que sus ojos: Chico Buarque.
¿Qué podía pensar yo de aquella obra? Nada. El mundo de los mayores permanece bastante ajeno a los niños. Pero, desplazamiento tras desplazamiento, aquella música era lo único que se escuchaba en el auto nuestro. Podría parecer abrumador pero no, todo lo contrario, ese disco era uno de los mejores discos de Chico Buarque y, por lo tanto, representaba, representa, un enorme placer al cual agradezco haber sido inducido sin querer. Todas y cada una de las composiciones son hermosas, las palabras precisas, las interpretaciones y los arreglos tienen esa perfección que, probablemente, sólo puede existir en Brasil o en Estados Unidos. Y la voz... la voz de Chico Buarque, que canta como si estuviese conversando contigo, con una tranquilidad artificialmente seductora, porque Chico es, antes que nada un seductor, y así, hasta un niño que no entiende nada (o entiende todo) puede sentirse atraído hacia él.
Pero todo eso yo no lo podía pensar entonces. En ese tiempo, me gustaban las melodías, más que nada las alegres, y las cantaba (sin entender lo que decían, en el más estricto sentido de la palabra entender), cantaba las melodías, no las palabras: "Feijoada completa", "Ate o fim", "Pivete" y, sobre todo "A pesar de voce". "A pesar de voce" era la apoteosis, y no sólo por ser la última canción: mi hermana, mi madre, mi padre y yo cantando en el auto.
Claro que lo que yo tampoco podía saber (tampoco puedo saberlo ahora pero lo supongo) es que seguramente mis padres habrían comprado ese disco por lo que significaba políticamente. Eso lo entendí más adelante, "A pesar de Voce" es el ejemplo más obvio y sólo puedo imaginar lo que significaría para mis padres, como para tantos uruguayos (y brasileros, obviamente), cantar aquellos versos luminosos en años tan oscuros ("todo ese amor reprimido, ese grito escondido, ese samba en lo oscuro"). Sin embargo, como suele ocurrir, esa canción, por su obviedad discursiva, es la que más fácilmente ha pasado al olvido.
Años después, en la adolescencia, rescaté ese cassette de un mueble viejo y me puse a escucharlo de vuelta. Ahí, la canción que más me impresionó fue "Cálice", escrita junto a Gilberto Gil y cantada con Milton Nascimento. Una verdadera maravilla de poesía, música e interpretación. Uno de esos momentos afortunados, de los que hay muy pocos, en la historia de esa cosa llamada canción popular (a pesar de los arreglos efectistas de esta grabación). En mi adolescencia me impresionaba mucho la vida de Jesús, su sacrificio, y los versos: "Quero inventar o meu próprio pecado/ Quero morrer do meu próprio veneno" (tan adolescentes) fueron de los primeros que hicieron una huella importante en mi comprensión del mundo.
Hoy sé que la canción tenía una buena dósis de carga política, el famoso juego de palabras de "cálice" con "cálese" (cállese) referido a la sensura, la bebida amarga, la sangre, todas esas cosas que, obviamente, pasaron desapercibidas para los sensores hasta que el disco fue un éxito y se pusieron a "pensar" por qué y lo sensuraron. Pero la obra de Chico Buarque es tan refinada que esa canción se puede escuchar todavía sin perder un ápice de su carga poética: Cristo, ese intermediario eterno entre el martirio divino y el martirio humano, resplandece del mismo modo en tiempos de democracia o dictadura ("quiero apestar a humo de aceite diesel, emborracharme hasta que alguien me olvide"). Es un ejemplo a seguir sobre el arte de crear tomando una posición política (cosa tan necesaria ahora como antes, tal vez más) sin dejar de lado la calidad y la perdurabilidad, algo que tiene que ver con los muchos sentidos que pueden tener las palabras, las imágenes y, sobre todo, las cosas que nos pasan en la vida (de la cual, lo digo para los que lo han olvidado, la política es parte fundamental).
Aquí una excelente versión (en audio e imagen, con tantas caras conocidas y jóvenes -menos Vinizius) que juega con el hecho de la sensura.
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