Debe haber sido en algún punto del primer tiempo del partido Alemania-Serbia, lo sé porque lo estaba siguiendo a través de elpaís.com, y en las noticias de última hora que están al costado derecho de la página, ponían que había muerto Saramago. Lo que más me impresionó no fue que este hombre dejara de existir, algo hasta cierto punto esperable dados sus ochenta y siete años, sino que había ocurrido recién, pocos minutos antes, y yo me estaba enterando como si se tratase de un gol de Serbia o la expulsión de un jugador alemán. A partir de ahí, Facebook dejó por un rato de ser el foro de comentarios del mundial para transformarse en obituario.
No voy a hablar de lo que pienso de la escritura de Saramago porque ya lo he hecho aquí antes, cuando se podía (ahora que las señoras que hacen los programas de la mañana lloran sin preocuparse por que la receta de turno les quede un poco más salada sólo se puede estar a favor o en contra de la necedad, sin saber bien qué bando es más estúpido, como si fuera, una vez más, una contienda deportiva), pero quisiera reflexionar sobre lo que significan estas muertes en tiempo real y mundial, de personas que no pertenecen al universo 2.0 (por más que el difunto haya mantenido un connotado Blog). Lo mismo ocurrió el año pasado cuando dejó de existir Mario Benedetti, otro intelectual comunista de la vieja guardia con quien tengo menos afinidad estética. Rápidamente la red se intensifica: están los que agradecen y se lamentan, están los que provocan a los que agradecen y se lamentan. En general, la principal motivación de los de la segunda categoría es discordar con lo que opine la mayoría, tanto como la causa primordial de los otros es integrarse a una masa "doliente", poco interesa en ese espacio la calidad literaria o el pensamiento de dos defensores de las dictaduras del proletariado (atención: en breve morirá García Márquez para completar esa trilogía de castristas archiconocidos).
Todo eso es lógico, claro está, y siempre debe haber sido así; supongo que la muerte de Cicerón habrá provocado cierto revuelo en el foro romano, la de Víctor Hugo habrá sido un escándalo en los cafés de París, al igual que la de Tolstoi en la corte rusa; puedo afirmar que la de Onetti lo fue en el subsuelo de la Facultad de Humanidades poque eso lo viví. Ahora bien, el nivel de estupidez al que uno se expone hoy al ocurrir estos sucesos parece superar con creces la capacidad de asombro de cualquiera. Yo, por supuesto, no he sido ajeno a tal tendencia y dejé mi inmediato comentario en Facebook cuando me enteré de la noticia. Y peor, más tarde, caí en la provocación de uno de esos poetas de Facebook que ni siquiera saben escribir bien (no en un sentido literario del término, sino en un sentido literal: ortográfico, sintáctico, semántico), a los que, sin haber leído nada, les molesta que alguien sea famoso (no descarto la envidia como gen de tal sentimiento) y todo lo que le guste a determinadas personas (o sencillamente a la mayoría) a ellos les tiene que disgustar (aunque, como dije antes, no hayan leído nada, ni del autor criticado ni de nadie). Pensando que se podía discutir dejé mi opinión para rápidamente darme cuenta de que se trataba de gente que escribe Nobel con uve (sic.), y que era imposible dialogar con una mínima porción de criterio.
José Saramago fue una persona coherente con su forma de pensar, que vivió una vida plena y satisfactoria (aunque fuera un pesimista declarado y militante) según determinados principios y por eso, supongo, "descansa en paz". Su muerte no es una gran pérdida para la literatura porque hacía tiempo que no escribía nada que fuese una pérdida no leer, debe ser una pérdida sí para sus seres queridos. A uno podrá gustar o disgustar más o menos su obra, pero no podemos dejar de lamentar que queden escritas y repercutan tantas necedades sin ton ni son (en la época del foro de Cicerón, de los cafés de Víctor Hugo o de la corte de Nicolás, las palabras se las llevaba el viento y las escuchaban dos o tres contertulios alcoholizados en mayor o menor medida). Personalmente, me entristece (aunque a veces también me hace reír) que el enriquecimiento técnico de los medios para intercambiar ideas sea proporcional a la pauperización de los sujetos de pensamiento.
Termino donde empecé: la muerte de Saramago da lo mismo que el penal que falló Podolski, exactamente lo mismo. Quizás así sea; en todo caso, son así nuestros tiempos (no me voy a poner apocalíptico -en términos de Humberto Eco- ahora), claro que a la gente de los tiempos de Saramago seguramente no le hubiese dado lo mismo. Quiero decir que con estas muertes se muere un mundo, y a mí, las muertes mundiales siempre me dan mucha pena (más tal vez que las muertes humanas).
Los dejo porque empieza Holanda contra Japón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario