Nadie en su sano juicio puede afirmar que la selección uruguaya de fútbol está entre las ocho mejores del mundo. Sin embargo, desde ayer, ahí está. Se podrá decir que tuvo suerte en los cruces y en los partidos, pero lo cierto es que lleva tres victorias consecutivas en el mundial, seis goles a favor y sólo uno en contra y que no son muchos los equipos que pueden presumir de ello en esta copa. También es cierto que empató con la actual subcampeona del mundo, que goleó a los locales y que le ganó a México, una selección que, por tamaño de mercado, tiene que ser considerada una potencia (aunque los resultados todavía no la coloquen en esa posición).
Después del espantoso debut ante Francia, un cero a cero para mirarlo de espaldas, enojado con la forma rácana de jugar de la celeste, hice un comentario negativo en el Facebook. Un amigo que sabe bastante de fútbol me recordó algo que yo vengo pensando hace tiempo: para un país prácticamente inexistente como Uruguay, estar entre los treinta y dos equipos que disputan la fase final de la copa del mundo, ya debería ser considerado como un triunfo. A partir de ahí, lo que venga es de regalo. Así es.
Vamos a ubicarnos: Uruguay es un país del tercer mundo que apenas llega a los tres millones y medio de habitantes, con una liga local bastante mala, dominada por los intereses de una poderosa mafia de traficantes de jugadores, en la que sólo pueden verse adolescentes que prometen, viejos que están de vuelta o jugadores más rudimentarios que mediocres. Por el contrario, se trata de un equipo que, increíblemente, cuenta con un extenso palmarés en este deporte: dos copas del mundo, dos medallas de oro olímpicas, catorce Copas América... para citar sólo los triunfos a nivel de selecciones mayores. Esas glorias lo colocan en un muy selecto grupo que se puede contar con los dedos de una mano (sí, por encima de Inglaterra y Francia).
Siempre se ha objetado que todo eso pertenece al pasado y que se trata de victorias en blanco y negro (no se considera aquella semifinal ante Brasil en 1970, ni siquiera los uruguayos, grandes agrandados, la cuentan. Una semifinal que, por cierto, es mucho más de lo que un país tan poderoso como México, organizador de dos copas del mundo, ha conseguido nunca). A nivel de resultados, este excelente mundial de Sudáfrica, está poniendo un poco de color a tantos años de oscuridad para un país tan gris. ¿Cuál sería la clave para este sorprendente éxito?
Creo que la manida inscripción del templo a Apolo en Delfos podría ser una explicación: "Gnosti te autvn" (Conócete a ti mismo). Este equipo sabe cuáles son sus limitaciones y juega con ellas. Un equipo con, para mi gusto, un sólo jugador con categoría mundial (Diego Forlán), un goleador intermitente (Luis Suárez) y cinco o seis perros de presa que corren sin parar mordiendo cada pelota (de los cuales Diego "el ruso" Pérez es el mejor ejemplo sin dudas). Con estas basas, un esquema táctico tan antiguo, y avaro, como el fútbol y un volumen de juego que debe resultar soporífero para cualquiera que no esté involucrado en el partido, Uruguay disputará el viernes 90 minutos que lo pueden meter en semifinales.
Vamos a ubicarnos de nuevo: lo más lógico es que pierda ante Ghana (si tuviera que apostar, pondría mi dinero en ese resultado); por lo visto, los africanos aparecen como un equipo de fútbol mucho más poderoso en todas las líneas. Pero no olvidemos que el orden táctico puede dar grandes resultados, y si no, recordemos a la Italia del último mundial, a la Grecia de la eurocopa 2004, al Inter de Mourinho o, yendo un poquito al denostado blanco y negro, a la Uruguay del 50. De eso nos agarramos, qué le vamos a hacer, la esperanza es lo último que se pierde. Y si perdemos hasta la esperanza y nos quedamos ahí, eso ya es mucho, muchísimo, y alcanza para festejar.
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