viernes, 27 de noviembre de 2009

Despertares

El despertar bucólico del campo, con el estrepitoso canto del gallo o los melifluos gorjeos de un dorado combinados con las cortas notas de un casal de chingolos, tiene harta idealización en el imaginario de los despertares. Las olas del mar ocupan un lugar similar en el imaginario de los "dormires". Sin embargo, en las ciudades, muy poca gente da la trascendencia justa al sonido con el que se despierta cada mañana. Para un trabajador asalariado de una sociedad capitalista, el sonido escogido para ser llamado a las obligaciones diarias debería tener relevancia mayor. Está infravalorado el rol despertador en nuestras vidas, por lo menos en lo que se exterioriza de ellas, debiera ser un tema de conversación mucho más frecuente. Este pensamiento es provocado porque mi teléfono móvil da claras señales de estar muriendo.

Durante toda mi época escolar fue mi abnegada madre quien me despertó cada mañana, con la mayor suavidad posible. Llegaba incluso, en mi duermevela, a la exageración de ponerme el uniforme dentro de la cama. A mí y a mi hermana. Gracias.

En la época liceal, una vez que la tecnología me lo permitió, amanecía para mí gracias al famoso Concierto en Re menor para Oboe, Cuerdas y Bajo continuo de Alessandro Marcello (formaba parte de un vinilo de música barroca que tenían mis padres). Supongo que comenzó siendo una excentricidad de adolescente, pero me acostumbré tanto a él que lo tenía medido, sabía cuánto podía quedarme semidormido, cuánto tenía para bañarme, cuánto para vestirme, según los movimientos del concierto. Escuchándolo hoy, es de un barroquismo tan relajado que no resulta, en modo alguno, una mala opción. Hay algo "picante" en el oboe que incita a levantarse pero las cuerdas dicen "tranquilo, lentamente".

Después vino la época de fanatismo por Pink Floyd y fui variando entre las canciones de esa banda para interrumpir mis sueños. Debo confesar que no fue una buena idea, algunas de ellas se me hicieron odiosas. Sobre todo cuando escogía una de los tiempos de Syd Barret, se imaginarán...

En la época final del secundario, y en la universidad, no me pregunten por qué, me despertaba todos los días con la primera canción de ese magnífico disco de Dire Straits que es "Brothers in arms". Durante muchos muchos años desperté cada día escuchando "So far away". Creo que, después de mi madre, Mark Knofler es la persona que más veces me ha llamado a cumplir con mi deber. Gracias.

Luego, en tiempos en que mi trabajo no me gustaba nada y, a diferencia de lo que pasa hoy, todavía no lo había asumido, utilicé durante años un despertador de esos asiáticos a pila doble A. Es obvio que quería regodearme en mi dolor.

Desde que me fui a México, adquirí la costumbre de usar una grabación que viene en el teléfono móvil y dice lo siguiente: "Es hora de levantarse, la hora es...las siete horas y treinta minutos". Cada mañana lo escucho por lo menos tres veces antes de apagarlo por completo. "Es hora de levantarse, la hora es...las siete horas y cuarenta minutos". Es un teléfono muy rudimentario, el más barato de la línea Nokia de hace más de tres años, figúrense (como dicen en México). "Es hora de levantarse, la hora es... las siete horas y cincuenta minutos". La voz de la mujer es espantosa, una de esas grabaciones insufribles que ni siquiera acentúan adecuadamente las palabras en idioma español, pero el optimismo con el que dice "es hora de levantarse" me embelesa de algún modo extraño. "Es hora de levantarse, la hora es... las ocho horas y cero minutos". Cuando me mudé a Barcelona, aunque es inutilizable aquí, me lo traje para seguir despertándome con él/ella. "Es hora de levantarse, la hora es...las ocho horas y diez minutos". Ahora se va quedando sin batería cada vez en menor tiempo, un anuncio inconfundible de que no tardará mucho en descansar en paz. "Es hora de levantarse, la hora es...las ocho horas y veinte minutos".

Tendré que usarlo conectado a la corriente; por ahora, no estoy preparado para elegir otro modo de despertar.

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