lunes, 5 de octubre de 2009

Cuando veas que, al encenderse las luces, todo el cine tiene una sonrisa en el rostro, el precio de la entrada está justificado.

El cine no es necesariamente entretenimiento, por supuesto que no. Como cualquier forma de arte, puede tener diversos objetivos: emocionar, hacer reír, asustar, dar testimonio, espantar. Pero es cierto que buena parte del cine que nosotros, nacidos en américa, hemos consumido proviene de una industria, y una “sociedad”, que tiene al entretenimiento, si no como protagonista, en un alta estima.

Este fin de semana vi una película que, en mi opinión, podría catalogarse como obra maestra del entretenimiento. Se trata de la última de tarantino, Inglorious Basterds. Por lo menos, hacía mucho tiempo que no me reía tanto adentro de un cine. El actor austríaco Cristoph “¡de dónde lo sacó Quentin!” Waltz (en el papel del oficial SS Hans Landa, que aparentemente iba a interpretar di caprio) se roba la película desde la primera escena, que es sencillamente genial, al estilo genial de las escenas memorables de Tarantino. Pero el divino Brad Pitt (Aldo Raine) no le va en zaga. Me quedé con la clara sensación de que, si la película tuviera sólo la escena en la que estos señores se encuentran en el lobby de un cine parisino, con Waltz en primer plano y Pitt en segundo, casi fuera de foco, haciendo un claro homenaje (hay muchos en el film, como ya es característico en este director) satírico a Marlon Brando como corleone, ya me habría sentido resarcido por el precio de la entrada.

No me voy a poner a hacer crítica cinematográfica, sólo agregaré que, cuando encendieron las luces de la sala, todos los asistentes lucían una plácida sonrisa: dos horas y media de entretenimiento de primer nivel que lo dejan a uno contento por un rato largo.

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