lunes, 6 de febrero de 2012

Robert Croover: dedicatoria y prólogo del Hurgón Mágico.


 Un poco antes de la mitad, como no podía ser de otra manera (bueno, podía ser de otra manera pero, en un libro así, queda bien que el prólogo aparezca alrededor de la página 100), de su libro de cuentos "El Hurgón Mágico" (título original: Picksons & Descans) editado en 1969, Robert Croover se manda el siguiente prólogo y dedicatoria que me he visto en la obligación de transcribir aquí para beneficio de todos aquellos interesados en la ficción, toda la ficción y buena parte de la verdad.

Dedicatoria y prólogo a don Miguel de Cervantes Saavedra *

Quisiera yo, si fuera posible (maestro apreciadísimo), excusarme de escribir este prólogo, no simplemente porque la temeridad de dirigirme a vos con tanta familiaridad y de unir vuestra eminencia a estos relatos de aprendiz sin duda  -y cuán justamente- va a provocar el mal que han de decir de mí más de cuatro sotiles y almidonados, sino también porque aquí estamos ya tan metidos en el libro que los prólogos parecen inoportunos. Pero del mismo modo que vuestras novelas  eran “ejemplares” en el sentido más sencillo, porque representaban las diversas ideas por escrito en las que estabais trabajando de 1580 a 1612, también estas siete narraciones – junto con las tres de “El objetivo sensible”, incluidas asimismo en este volumen- representan todo lo que inventé antes de empezar mi primera novela en 1962 y que todavía es capaz de soportar esta posterior orientación, y sentí que su presencia aquí invitaba a interpolaciones.

Ejemplares llamabais a vuestras historias, porque “si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar un ejemplo provechoso”, y espero que atribuyendo a mis narraciones la misma propiedad, no me he desviado de vuestros propósitos, que considero son varios. Pues son ejemplares, también, porque vuestra intención era “poner en la plaza de nuestra república una esa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse sin daño de barras. Digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables antes aprovechan que dañan” -¡magnífico don Miguel! Porque como nos ha dicho nuestro común amigo don Roberto S., la ficción “debe proporcionarnos una experiencia imaginativa que es necesaria para nuestro bienestar imaginativo (…) Necesitamos toda la imaginación que poseemos, y necesitamos ejercitarla y en perfectas condiciones”- y así vuestra novelas se mantienen como ejemplares de responsabilidad hasta el más solemne y devoto cometido exigido a esta vocación: narran buenas historias y están bien narradas.

Y sin embargo hay todavía más, si os he leído correctamente. Porque vuestras historias ejemplifican además el carácter dual de todo buen arte narrativo: luchan contra el mítico residuo inconsciente en la vida humana e intentan sintetizar lo insintetizable, saliendo resueltamente contra esquemas de pensamiento adolescentes y formas de arte agotadas y regresan a casa con nuevas complejidades. En efecto, vuestra creación de una síntesis entre analogía poética e historia literal (por no mencionar realidad e ilusión, cordura y locura, lo erótico y lo absurdo, lo visionario y lo escatológico) da luz a la Novela –tal vez vuestras obras eran, por encima de todo, ejemplares de una revolución en la ficción narrativa, una revolución que nos dominar- semejante al modelo en que os habéis visto maltratado por las convenciones del romance –hasta el día de hoy.

            No importa si fue Erasmo o Aristóteles o este olvidable italiano quien hizo concentrar vuestro ojo de artista, no en los Valores Eternos y la Belleza, sino en el Carácter, las Acciones del hombre en la Sociedad y las Historias ejemplares, porque estaba naciendo la nueva Edad de la Ciencia, y este cambio estaba en el aire. La Ciudad del Hombre no era ya una pálida imagen de la Ciudad de Dios, un reflejo microscópico del macrocosmos, sino que más bien todo estaba, allí, ni micro ni macrocosmos, pero al mismo tiempo lleno de potencialidad, toda la promesa de lo que la mente del hombre, por medio de la Ciencia, puede llevar a cabo. Para vos, Maestro, el universo se estaba abriendo ya, no podía describirse con números mágicos o encerrarse en una esfera compacta y maravillosamente diseñada. La ficción narrativa, siguiendo el ejemplo del Lazarillo y los aventureros del nuevo Mundo, se convirtió en un procesos de descubrimiento, y hasta hoy en día los jóvenes escritores salen resueltamente al campo de la ficción como majestuosos y escogidos pícaros -¡alentados por una inspiración divina, naturalmente! Para descubrir, una y otra vez, su edad viril.

Pero, don Miguel, el optimismo, la inocencia, el aura de posibilidad qu vos experimentasteis se han ido apagando en su mayor parte, y el universo nos cerca de nuevo. Como vos, también parece que nosotros estamos al final de una edad y en los umbrales de otra. También nosotros hemos sido conducidos a un callejón sin salida por críticos y analistas; también nosotros somos víctimas de una “literatura de agotamiento”, si bien, irónicamente, nuestros antihéroes ya no son infatigables y fatigadores Amadises, sino Quijotes derrotados sin esperanza y postrados en el lecho. Parece que nos  hemos movido de un de un punto de partida sin límites fijos, antropocéntrico, humanístico, naturalista, incluso –hasta el punto en que se puede pensar que el hombre crea su propio universo- optimista, a uno que es cerrado, cósmico, eterno, sobrenatural (en su sentido más sobrio) y pesimista. El regreso al Ser nos ha hecho regresar al Diseño, a imágenes micro cósmicas del macrocosmos, a la creación de la Belleza dentro de los límites de la necesidad cósmica o humana, al uso de lo fabulosos para indagar más allá de las apariencias, más allá de los acontecimientos percibidos al azar, más allá de la mera historia. Pero estas indagaciones son sobre todo –como las salidas de vuestro caballero- desafíos a las presunciones de una edad agonizante, aventuras ejemplares de la Imaginación Poética, nobles viajes hacia el Nuevo Mundo y no importa que el rocín sea un montón de huesos.

Nos enseñáis con ele ejemplo,  Maestro, que las grandes obras narrativas permanecen llenas de sentido a lo largo del tiempo como un lenguaje-proyección entre generaciones, como un arma contra las zonas marginales de nuestra conciencia y como un reforzamiento mítico de nuestro tenue asimiento de la realidad. El novelista utiliza formas familiares míticas o históricas para combatir el contenido de estas formas, para conducir al lector (¡lector amantísimos!) de la mistificación a la aclaración, de la magia a la madurez, del misterio a la revelación. Y es sobre todo por la necesidad de nuevos modos de percepción y formas de ficción capaces de abarcarlos que yo , con la bacía de barbero en la cabeza, presento estos relatos. Si parecen insignificantes para semejante peso como es este prolijo prólogo, os ruego que las consideréis a su vez, don Miguel, como un mero prefacio a todo lo que aquí florece en terno a este librillo dentro de un libro, a todas las obras que le han precedido en la imprenta y a todas las que están por venir. “Mucho prometo con fuerzas tan pocas como las mías; pero ¿quién podrá rienda a los deseos?”  Sólo os pido este comentario: que pues yo he tenido osadía de dirigir estas ficciones al gran Cervantes, algún misterio tienen escondido, que las levanta. Vale.


* La cursiva a lo largo de esta “dedicatoria…” indica que aparece en castellano en el original. (N.del T.) **
** El traductor de la edición de Anagrama de 1998 con prólogo de Quim Monzó, que ya no se consigue, es Juan Antonio Masoliver Ródenas.

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